LA EDUCACIÓN A TRAVÉS DE LA CIENCIA
Siento admiración y respeto por la ciencia, en especial por
la ciencia moderna más avanzada (la física, la biología, la astronomía, la
neurociencia, la psicología, etc.), porque estas ciencias están consiguiendo
superar las contradicciones y callejones sin salida a que llegó la ciencia
clásica, y situarse en la avanzadilla del progreso humano, con el
descubrimiento de universos, galaxias y un más profundo conocimiento de la
realidad física y del propio ser humano. Todo ello augura un futuro
apasionante, prometedor y lleno de esperanza (no exento de sorpresas y
sobresaltos), y a la vez conlleva una nueva visión del mundo y una nueva
conciencia, que están dando lugar al nacimiento de una nueva humanidad y de un
nuevo orden mundial.
¿Para qué ha servido la ciencia? Ha servido para que el
hombre camine un poco más seguro por la senda del progreso y la evolución,
huyendo tanto de la ignorancia y el sometimiento, como de la especulación y el
fanatismo. La crítica más común que la ciencia ha recibido, ha sido
probablemente que no ha aportada nada, o muy poco, al aspecto interno y
espiritual de la vida. Se puede responder a esto, que la ciencia -sobre todo la
ciencia clásica- ha trabajado en el aspecto externo, en la manifestación de la
materia, porque ha sido lo más asequible y aquello para lo que la ciencia
disponía de conocimientos y de medios. Lo cual ha llevado a la humanidad a un
progreso material y social desconocido, que la ha beneficiado en muchos
aspectos, aunque la ha dejado paralizada, en otros, que no nos interesa
mencionar, en este momento.
Por su parte, la ciencia moderna, y en especial la física
de la relatividad y la física cuántica, han trascendido los límites de la
materia y nos están llevando a mundos que la propia ciencia clásica no podía
imaginar. Ésta vivió en la conciencia de los pares de opuestos
(materia/espíritu, alma/cuerpo), de la materia de las partes separadas para un
mejor análisis, y así conquistó cotas de progreso humano hasta entonces
desconocidas. Pero la ciencia moderna ha dado un paso más, ha superado los
pares de opuestos, al considerar que materia y espíritu, alma y cuerpo, son
energía, y ha avanzado hacia la conciliación de los opuestos y hacia la conciencia
de unidad.
Los grandes científicos del s. XX, como Einstein,
Schrödinger, Pauli, Teilhard de Chardin, Bohm, Bohr, Capra, etc., han
defendido, de una u otra manera, la idea de la unidad del universo y de la
naturaleza humana. Asimismo, la reconciliación de los opuestos, como entre
ciencia y religión, la encontramos en la mente de estos científicos, y en
general en la ciencia moderna más avanzada, la cual vive hoy en la vanguardia
del progreso humano en todos los campos del conocimiento, tanto de la materia
como de la mente y el espíritu.
Por tanto, la crítica a la ciencia de que no ha aportado
nada al aspecto interno y espiritual del ser humano, es injusta, hoy. En primer
lugar, esta tarea habría que exigírsela, más bien, a la religión antes que a la
ciencia, e incluso a la filosofía y al arte a la vez que a la propia ciencia. Ésta,
en su primera etapa, la ciencia clásica, ha cumplido grandes objetivos, como es
sacar a una buena parte de la humanidad de la miseria material y social en que
ha vivido, y librarla del dogmatismo y la intransigencia de las iglesias. Y
hoy, la ciencia moderna más avanzada está indicando el camino hacia la unidad
de género humano, como no lo han hecho ni la religión ni la filosofía ni el
arte. Se podría afirmar, incluso, que la ciencia, hoy, está siendo el
mejor guía espiritual de la humanidad, y hay quien afirma que podría
constituirse en la nueva religión del mundo, entendiendo por ello algo
completamente nuevo y mucho más auténtico de lo que las diferentes confesiones
religiosas nos han mostrado hasta el momento.
En lo que se refiere al campo de la psicología, las
investigaciones sobre la mente y el alma humanas, llevadas a cabo por la
psicología profunda de Jung y su escuela, y por algunas de las corrientes más
avanzadas de la psicología actual, han aportado un profundo conocimiento del
ser humano, que hoy está presente, de alguna manera, en las escuelas más
avanzadas de educación, aunque todavía no en los sistemas educativos
oficiales.
Por lo que respecta a la neurociencia, el conocimiento del
sistema nervioso y del cerebro al que están llegando las más recientes
investigaciones en este campo, están asombrando a la humanidad y, en la esfera
específica de la educación, están revolucionando todas las técnicas
educativas.
A pesar de todo lo dicho, es justo reprochar a algunos
científicos actuales (probablemente más seudo-científicos que científicos
verdaderos) su defensa acérrima de aquellos principios dogmáticos de la ciencia
clásica, caducos y ya superados, y sobre todo es preciso desaprobar a aquellos
científicos modernos que se han puesto en manos de los intereses de las
multinacionales y los ejércitos, cuya actividad va dirigida únicamente al
beneficio de la élite mundial y en perjuicio de la humanidad en su conjunto,
prostituyendo la propia ciencia. Esto, tengámoslo en cuenta, es la actitud de
unos científicos ambiciosos, sin escrúpulos e irresponsables, e indignos de
representar a la verdadera ciencia, en su auténtica consideración y excelencia,
como una de las manifestaciones más elevadas del espíritu humano.
Los increíbles avances de la ciencia moderna nos acercan,
cada vez más, a la creencia en una nueva dimensión de la naturaleza humana, no
sólo en el sentido de un mayor desarrollo racional (más bien egocéntrico),
sino, sobre todo, espiritual, es decir, de solidaridad y fraternidad, lo que ha
de llevar a la creación de sociedades más armonizadas, pacíficas y tolerantes.
A este respecto, podemos preguntarnos qué han descubierto las nuevas ciencias.
Han descubierto un universo como síntesis, unión, totalidad (holismo), no sólo
como análisis, partes fragmentadas (reduccionismo); lo cual ha de conformar,
tarde o temprano, unos cambios profundos en todos los aspectos de la vida
humana. Es más, esos cambios ya se están produciendo; de ahí la grave crisis
mundial que estamos padeciendo, con el derrumbe de las antiguas estructuras
mentales y sociales, y el nacimiento de unas nuevas. El antiguo paradigma,
basado en los principios autoritarios del patriarcado y de la ciencia clásica
mecanicista, está viniéndose abajo y está surgiendo, a la vez, un nuevo
paradigma, nacido de las nuevas investigaciones de la ciencia moderna y de un
mundo cada vez más global y más acorde con el conocimiento y las necesidades de
la naturaleza humana, en su conjunto.
Cada vez que se produce la caída de un sistema y el
nacimiento de otro, ello genera graves crisis y profundos enfrentamientos y
conflictos, y a la vez una gran confusión y desorientación, entre lo que se va
y lo que aparece. Este es el momento que ha correspondido vivir a la humanidad
actual, y en especial a nuestros niños y adolescentes. Por eso, los padres y
los educadores tienen, hoy, una responsabilidad especial, para orientarles en
estos momentos de tanta confusión. Pero lo más grave es que, en algunos
aspectos, muchos de esos padres y educadores se encuentran más desorientados
aún que los propios niños. De ahí la grave crisis educativa.
¿Qué se puede y se debe hacer en estos momentos? Por lo que
a la ciencia se refiere, sería necesario que todo educador estuviera al
corriente de ese cambio de paradigma, al que hemos hecho referencia, como
consecuencia de los nuevos descubrimientos científicos; y más en concreto, en
cuanto a la psicología y la neurociencia, los educadores deberían tener conocimiento,
al menos, de las aportaciones más trascendentales en esos dos campos, ya que
exigen cambios fundamentales en el sistema educativo; no se puede enseñar ni
educar conforme a los sistemas tradicionales, ya que están desfasados y la
prueba más evidente es esta crisis educativa que sufrimos.
Pero la solución no parece fácil, tal es la gravedad del
momento en que vivimos. Uno de los primeros pasos, quizás, podría ser la toma
de conciencia de todas esas novedades y asumirlas, no ignorarlas. Sabemos que
el conocimiento de una enfermedad es el primer paso para su curación. Y esa
toma de conciencia llevaría, automáticamente, a la búsqueda de
soluciones. Pero es triste reconocer que este primer paso no se ha efectuado en
la sociedad española. Sin dar este primer paso, no se puede acceder al
siguiente, que sería unirse a los pocos padres y educadores que son conscientes
de esa grave crisis educativa, y sobre todo escuchar y dar crédito a aquellos educadores
que han demostrado su conocimiento de lo que es la verdadera educación; por
cierto, todos ellos -o casi todos- marginados de los puestos de responsabilidad
de las administraciones educativas.
De esta forma, la sociedad española tendrá que esperar aún,
no sé si poco o mucho tiempo, para encontrar la solución a la crisis educativa,
con todo lo que ello supone respecto al deterioro social de los jóvenes y de la
sociedad en general. No es culpa de la ciencia ni de la educación, en sí
mismas, sino del retraso mental y social de nuestra sociedad.
Julio Ferreras, excatedrático de IES, educador
No hay comentarios:
Publicar un comentario