Como profesora
y científica, sé que hablar de determinados temas es algo complejo. A pesar
de dar clases de Bioelectricidad y Bioelectromagnetismo,
sé que la mayoría de las personas asocian el aura (nombre tradicional del campo
electromagnético de los seres vivos) a algo de ámbito esotérico, nada que ver
con la ciencia.
Sin
embargo, hace ya muchas décadas que grandes científicos han hecho importantes
descubrimientos sobre este tema. Lo que ocurre es que esos descubrimientos
están fuera de los temarios clásicos, y muchas personas no se sienten cómodas
con ellos.
¿Por
qué? Pues muy sencillo.
Porque
aceptar determinados postulados, determinadas evidencias, nos hace salir de
nuestra zona de confort, nos hace replantearnos nuestra forma de vivir. Creo
que es maravilloso tener conciencia de que tenemos un campo electromagnético (y
energético) que varía continuamente, adaptándose y respondiendo a los estímulos
exteriores e interiores. Y creo que todo el mundo debería saber qué cosas hacen
que su campo se fortalezca y cuáles lo debilitan. Sin entrar en batallar contra
nadie ni contra nada, el lenguaje de la energía es un lenguaje que no juzga.
Solo muestra. Como buscadora, descubrir el mundo de la energía asociada a los
seres vivos me abrió un espectro tremendo: por un lado, asoman todas las
preguntas de cómo es, cómo medirlo, cómo se ensucia y se limpia, qué muestra,
qué información tiene contenida...
Por otro lado, lo que hasta entonces eran verdades
aprendidas, de repente dejan de tener sentido. Mi cuerpo ya no es algo
determinado genéticamente, sino que está continuamente regenerándose, y la
clave de la regeneración puede estar en el campo energético. Como ser humano,
las preguntas que todos nos hacemos de por qué es tan sencillo sufrir y tan
difícil mantenerse en paz, todo eso cobra nuevo sentido, y tiene nuevas
respuestas. Acceder al campo de energía de la persona es acceder a la
información codificada en él, es acceder al alma, e incluso asomarse al
espíritu de esa persona. Con la ventaja de que no solo soy yo la que lo puede
ver, sino que además lo puedo mostrar para que la otra persona lo vea. Observar
mi propio campo energético me ayuda a salir del autoengaño, y a mirar mi
realidad como es, no como yo querría que fuera.
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