Los diferentes niveles del lenguaje definen a los seres
humanos. El lenguaje del poeta difiere esencialmente del lenguaje de una
persona rústica. Si hoy tuviéramos que definir a los menores por su nivel de
lengua, una buena parte no superaría el nivel rústico y grosero. ¿Cuál es la
razón, si los niños y los adolescentes tienden a imitar a los mayores? La
pregunta así planteada incluye la respuesta. Los menores aprenden el lenguaje
que oyen a su alrededor, en la familia, el colegio y la televisión. El nivel de
lengua dominante, en muchos ambientes sociales de la actualidad, es bastante
burdo y chabacano.
No ha de sorprendernos, pues, el bajo nivel de lengua
de nuestros escolares, con un vocabulario reducido y un desconocimiento de las
normas lingüísticas. ¿Qué nivel de comunicación y de diálogo se puede
establecer así? Sabemos que la ambigüedad en el vocabulario lleva a la
confusión en el pensamiento, y ésta acaba fácilmente en el enfrentamiento. No
se sabe apreciar y disfrutar de la belleza de la palabra. Es la consecuencia de
nuestro espíritu empobrecido, o de nuestra falta de espíritu. “El lenguaje de
cada uno es como la huella dactilar de su espíritu”, dice el filósofo Emilio
Lledó, quien ha sido consciente de la pérdida del poder de la palabra a favor
de la imagen: “El desarrollo de la televisión -dice- es un fenómeno importante
en nuestro tiempo, inevitable y real… Pero yo creo que si no somos palabra, si
no somos lenguaje, si no somos alguien con
una determinada idealidad, entonces las imágenes resbalan sobre nosotros, o nos
agreden y nos deforman”.
El Verbo sagrado, dado al hombre (“en el principio era
la palabra”) como distintivo de su especie, lo hemos vejado y degradado. Hacer
un buen uso de la palabra y de la lengua ya no es un signo de poseer una buena
educación para esta sociedad. La Retórica o el “ars bene dicendi” de los
antiguos, que ocupó un lugar importante en la educación hasta la Edad Media, ya
no interesa, hoy, a una humanidad ensimismada por el mundo de la imagen.
Un educador para el que la palabra, el diálogo y la
comunicación han tenido una gran importancia, es Paulo Freire. “Decir la
palabra -afirma en La Educación como
práctica de la libertad- es transformar la realidad… decir la palabra no es
privilegio de algunos, sino derecho fundamental y básico de todos los hombres”.
A lo cual comenta Julio Barreiro, en el prólogo del citado libro: “Nadie dice
la palabra solo. Decirla significa decirla para los otros… Por eso, la
verdadera educación es diálogo”; y dice de P. Freire: “Nos sorprende -a la
manera socrática- el valor que Paulo Freire da a la palabra”. En otro lugar,
habla Freire del diálogo, del que afirma: “Se nutre del amor, de la humildad,
de la esperanza, de la fe, de la confianza. Por eso sólo el diálogo comunica”,
y dice que sólo hay comunicación cuando se crea una relación de simpatía entre
los polos del diálogo.
El tema de las relaciones y la comunicación entre
todos los seres humanos es, hoy, el arquetipo para el desarrollo de la
humanidad, hasta llegar a establecer unas relaciones cordiales entre todos los
pueblos de la Tierra. Esta idea debe estar cada vez más presente en las mentes
de los educadores y en todas las escuelas del mundo. Según la nueva Teoría
General de Sistemas, la relación lo es todo.
A la hora de hablar y comunicarse, es hoy, pues, más
necesario que nunca, adquirir el buen hábito de pensar en lo que uno va a decir
y el efecto que producirá en el interlocutor. La sabiduría antigua enseña que
antes de hablar es esencial pensar, recordando el precepto “antes de hablar se
debe adquirir conocimiento”. En este sentido, podemos afirmar que no existe, en
nuestra sociedad, una educación por un buen uso del lenguaje y para una buena
comunicación. Tanto en los debates, como en la conversación ordinaria, uno
quita la palabra al otro, expresa lo primero que le viene a la mente y no
reflexiona en el efecto que producirán sus palabras. De esta forma, estamos
sembrando continuamente la semilla de la discordia y del conflicto. No digamos
con qué frecuencia se utiliza el lenguaje para la difamación y la calumnia, que
expresan siempre una bajeza de espíritu, una falta de amor, de comprensión y de
fraternidad. Y tampoco deberíamos olvidarnos del dicho “quien te hable mal de
los demás, hablará mal también de ti”.
La necesidad de una educación por el lenguaje y para
la comunicación queda patente en estas palabras de la líder espiritual
japonesa, Masa mi Saionji: “No hemos usado
las palabras, hemos abusado de ellas.
Este terrible abuso ha sentado las bases del mundo frío y cruel que hemos
construido a nuestro alrededor. A medida que avanzamos por el siglo XXI,
nuestras falsas ilusiones sobre las palabras deben desaparecer. Todas las
palabras negativas deben ser purificadas. Si queremos que la vida en la Tierra
evolucione, todas nuestras palabras deben ser brillantes y llenas de armonía.
Si revisamos la historia de la humanidad, podemos percatarnos de que es debido
a la forma en que cada individuo ha utilizado las palabras, y no por ninguna
otra razón, por lo que existen tantos conflictos, calamidades, enfermedades y
discriminación”.
A. Huxley dice que disponemos actualmente de todo el
material intelectual necesario para una sólida educación en el uso propio del
lenguaje, para una educación en todos los niveles, desde la guardería hasta los
cursos para licenciados, y que se debería llevar a cabo inmediatamente. Pero no
es así, por eso afirma más adelante: “En ningún sitio se enseña a los niños, de
un modo sistemático, a distinguir la afirmación verdadera de la falsa, la
significativa de la carente de significado. ¿Por qué es así? Porque sus
mayores, inclusive en los países democráticos, no quieren darles esta clase de
educación”. En otro lugar, Huxley dice que la libertad está amenazada y que la
educación para la libertad es de necesidad muy urgente.
Por eso, la Nueva Educación defiende que la educación
por el lenguaje y para la comunicación es uno de sus propósitos, pues, por un
lado, la educación se ocupa básicamente de establecer relaciones e
interrelaciones, de construir puentes y eliminar muros y fronteras, es decir,
de la verdadera comunicación entre los seres humanos. Por otro, la lengua es el
medio más asequible para comunicarnos con los demás, y un lenguaje fino y elegante
es idóneo para la expresión de nuestros sentimientos más íntimos y elevados, y
también para la expresión de un espíritu refinado. Aristófanes dijo que los
pensamientos elevados deben tener un lenguaje elevado.
Emilio Lledó dice que la educación debe fomentar la
reflexión, la curiosidad por el lenguaje, por el significado de las palabras.
Por ello, es preciso desarrollar en los niños y los adolescentes el hábito de
usar las palabras con corrección y respeto, de modo que sean la expresión de nuestros
correctos pensamientos y de un propósito benéfico en la comunicación. Es
preciso imbuirles en el amor por la lectura, y sobre todo por las bellas obras
de la literatura, apropiadas -si es preciso- para su nivel de conocimientos. El
profesor y orientador, A. Escaja, en su libro “Educar en familia”, dedica un
apartado a la educación por el lenguaje, donde trata de la importancia de
enseñar a los niños a utilizar un lenguaje elegante y correcto, porque “las
palabras -dice- acaban perfilando nuestra personalidad”.
Este objetivo de hacer un mejor uso del lenguaje y
enseñar a hablar correctamente, con todo lo que ello significa de practicar el
respeto a lo que dicen los demás, evitando la calumnia, la difamación y la
frivolidad, era ya uno de los pasos del “Noble Óctuple Sendero” del Buda. Así
pues, esta doble educación por el lenguaje y para la comunicación ha de
comenzar en la familia y en la escuela, para ponerla en práctica,
posteriormente, en todos los ambientes sociales. Sólo así podremos construir
sociedades que vivan en la armonía y el respeto, y crear una convivencia
pacífica.
* Se permite el uso y la difusión de este documento
citando su procedencia. Reservado por derechos de autor
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A la educación por la música: "Serenata", de Schubert, para orquesta de cuerda. Esta inmortal serenata es una bella melodía, de una gran inspiración, y se caracteriza por su absoluta perfección del acabado, su gracia y su belleza, que deleitan siempre.
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A la educación por la música: "Serenata", de Schubert, para orquesta de cuerda. Esta inmortal serenata es una bella melodía, de una gran inspiración, y se caracteriza por su absoluta perfección del acabado, su gracia y su belleza, que deleitan siempre.
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