Una vida para el piano, Daniel Levy (Revista “RITMO”, marzo 2020)
Tras un solo minuto de conversación, uno
no tarda en reconocer a un señor tras el interlocutor. Daniel Levy habla
pausado pero claro, con timbre baritonal, de su emisión fluye un vocabulario
florido y exuberante, pero nunca pomposo, fruto de su esmerada educación
bonaerense. El afamado pianista, afincado desde hace escaso tiempo en España,
alaba el buen tiempo para una estación tan fría como el invierno, mientras se
detecta todo el bagaje cultural que atesora un músico que ha grabado multitud
de discos, todos en vivo…, ya que, como el maestro afirma, “siempre es en vivo,
aunque no haya público en el estudio de grabación”. Entre estos discos destacan
dos como solista, dirigidos por Dietrich Fischer-Dieskau, nada menos que con la
Philharmonia Orchestra, en el Primer Concierto de Brahms y dos
obras concertantes de Schumann, el Concierto Op. 54 y la Introducción y Allegro
Appassionato Op. 92. Pero
Daniel Levy ha sido también un trabajador incansable, escritor y pedagogo, sin
olvidar sus grabaciones para piano solo (especialmente en Edelweiss Emission) y
sus continuos conciertos, bien a solo, con orquesta o haciendo música de
cámara, “que es donde descubro que su naturaleza es para establecer relaciones”.
A la respuesta sobre hallar la inspiración, surge como un leitmotiv sus palabras “a
la inspiración se la halla en el silencio de la mente y en las maravillas de la
naturaleza, que ha sido fuente de las más excelsas obras de arte”. En su
búsqueda de la belleza hay mucha espiritualidad y de ella ha hecho quasi una filosofía de vida,
de una vida que no entiende sin el blanco y negro del piano siempre a su lado,
ese piano de sus imprescindibles Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert,
Mendelssohn, Schumann, Chopin, Liszt, Brahms, Grieg, Franck, Debussy o
Scriabin.
Maestro, tras una importante carrera
internacional de conciertos y discos, recala en cierto modo en nuestro país…
¿Qué le une a España? ¿Qué finalidad tiene su estancia en nuestro país?
España ha estado siempre viva en mi
familia, a través de mis abuelos maternos, evocando en mí variados aspectos, ya
desde pequeño de la gran literatura y poesía que me apasionaba escuchar y, más
tarde, al tener la experiencia de afrontarla como materia predilecta de mis
estudios juveniles. Su rica música me acompañó gracias a esta familia, sea en
su aspecto popular y posteriormente en la riqueza de Albéniz, Granados y Manuel
de Falla, algunas de cuyas obras pianísticas estudié en mis años de formación.
Por lo que me une una profunda simpatía, en su sentido más profundo, y
admiración por sus grandes artistas y pensadores, tan múltiples como
multifacéticos. Creo que un sinfín de circunstancias de la vida, además de
constantes y frecuentes estadías durante mis viajes y giras, me condujeron a
elegir este hermoso país para vivir en él y desarrollar aquello que siento como
importante y esencial en la Música como en la Educación y Filosofía. Diría que
más que una finalidad, basada en proyecciones o ideas, se trata de un espacio
apto, que me aparece fértil para llevar a cabo mi posible aporte y existencia.
De algún modo, es un regreso a mis orígenes.
¿Qué le lleva a dedicarse en cuerpo y
alma a una nueva obra, a estudiarla?
Verdaderamente se genera primero una
consonancia, que no aparece porque haya planeado estudiar esa nueva obra. Una
forma de atracción magnética, que distingue entre aquello que deseo escuchar y
lo que afronto para hacerla mía de algún modo. A veces aparecen sin ser
buscadas obras que no habría pensado antes de trabajar. También hay muchas
otras, en el vastísimo repertorio pianístico, que son las que ensanchan los
horizontes y elevan, al punto de ser como hitos que un artista debe atravesar.
Cuando llega el momento de estudiar, lo misterioso es cómo ir penetrando en lo
que el compositor dejó en signos y, más allá de ellos, entre las líneas. Creo
firmemente que las que llamamos obras, son seres vivos y orgánicos, y se nos
manifiestan en formas impensadas. En síntesis, para dedicar el alma y cuerpo
debe existir, en mi caso, una fascinación, que vaya más allá de una mera
curiosidad.
Dentro del vasto repertorio del que
habla, ¿qué o quiénes forman parte sí o sí de su repertorio, y qué otros los ha
desechado?
Esta es una pregunta muy interesante. No
puedo estimar en el repertorio categorías ligadas a prioridades de unos
compositores sobre otros, y pormenorizando con selecciones entre sus propias
obras, dado el caudal inmenso existente para piano. Aclaro esto, porque además
del repertorio como solista, soy un apasionado de la música de cámara y del
Lied, lo que hace estas elecciones y afinidades mucho más amplias. Pero nada me
deja indiferente, y de ahí que Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert,
Mendelssohn, Schumann, Chopin, Liszt, Brahms, Grieg, Franck, Debussy y Scriabin
estén entre los infaltables, también Rachmaninov; y en diversa medida otros
como Guastavino, Granados, Falla y Albéniz. Me encanta Dvorák, aún siendo su
obra para piano relativamente escasa; y Gabriel Fauré me parece muy profundo.
En cuanto a lo desechado, puedo decir que no se trata de dejar de lado, sino
que hay muchas obras que prefiero escucharlas por otros músicos, como por
ejemplo las de Prokofiev o Bartók. No hay suficiente tiempo para todo lo
maravilloso del repertorio y siempre es necesario tener el discernimiento de
decidir cuáles son las obras que acompañan el propio camino. Por otra parte, el
músico debe ciertamente conocer y abordar estilos y lenguajes dispares, pero no
es obligatorio que deba abarcar todo lo escrito. No habría modo de profundizar
nada si así fuese.
Ha hablado del Lied y de “decidir cuáles
son las obras que acompañan el propio camino”, cito textualmente. Esto nos
lleva directamente al Winterreise…
Así lo siento, el Viaje de
Invierno es una especie de ápice, una búsqueda filosófica de Schubert,
de su propia vida y de un trayecto casi iniciático. Busca el sentido de la
vida, y al mismo tiempo un objetivo que termina en el silencio. Lo siento como
toda la travesía de un ser humano hasta llegar a una especie de realización,
que a mi entender, como he dicho, termina en el silencio.
¿Cómo ve Daniel Levy todo este tipo de
obras finales, tipoWinterreise, las últimas Sonatas de Beethoven o las
piezas finales de Brahms, cuando usted se está acercando a una etapa vital
similar?
Salvo en el caso de Schubert, claro, que
compuso el Winterreise a final de su joven vida. Estas obras
“últimas” para mí me merecen tal respeto, que a veces pienso que no deberían
hacerse en concierto. Son obras para la intimidad, para uno mismo. Reflejan un mundo
tan íntimo, que quizá no se deberían tocar en público. De hecho, no sabemos si
a Beethoven le hubiera gustado.
Finales y enigmáticas…
Cierto, son todas obras impregnadas de
misterio. Otra obra que se adapta a este enigmático periodo final de muchos creadores,
es El Arte de la Fugade Bach, compuesta además para una sociedad
pitagórica y para tal, tiene su propia simbología y relación numérica, lo que
la traslada a un nivel de pensamiento superior, quizá único en la historia del
arte. Como sabe, no pudo completarla, está supuestamente inacabada, y hasta
este aspecto le aporta su naturaleza enigmática por encima de cualquier otra
obra. Su significado, por decirlo de alguna manera, aún no ha sido resuelto.
Qué tiene el piano para el pianista que
lo distingue de otros instrumentistas, ¿quizá su capacidad de abarcarlo todo,
de tocar en instrumentos siempre distintos?
Me siento muy identificado con lo que
Liszt dice de forma tan clara sobre lo que es el piano; para él, el piano era
“como el caballo para el árabe”. He encontrado que es el amigo más fiel, una
maravillosa extensión de las propias emociones, pensamientos e intuiciones.
Alguien en quien confiar los propios anhelos e ideales, y claramente un ser
vivo. No siempre me agrada notar lo que lo distingue de otros instrumentos, que
es esa idiosincrasia del solista que, porque abarca todos los registros, cree
equivocadamente que puede aislarse y aparecer como uno que se basta a sí mismo
para hacer música. En vez de esto, me fascina hasta lo más profundo cuando
puede asumir el color noble de un violonchelo, o el timbre de un clarinete y
cuando parece una voz junto a otra humana. Allí es donde descubro que su
naturaleza es para establecer relaciones. El hecho de hallar pianos distintos
en cada sala, cuando no es posible llevar el propio, ese en donde se ha
trabajado y buscado consagrando el tiempo, es parte de un entrenamiento
psicológico y también atlético, donde es posible encontrarse con sorpresas.
Quizás este sea el aspecto menos gratificante, de acuerdo a cómo hayan sido
cuidados los instrumentos en las salas. De todos modos, cada uno tiene una voz
distinta y es necesario ser flexibles para hacerla propia en pocas horas. En
pocas palabras, prefiero lo que lo une a la música más que lo que lo distingue
de maravillosos instrumentos de otra índole.
¿Hasta qué punto condiciona a un intérprete los estados de ánimo, la vida y sus hechos, sus varapalos?
¿Hasta qué punto condiciona a un intérprete los estados de ánimo, la vida y sus hechos, sus varapalos?
La palabra intérprete, que es la que más
comúnmente se usa para los músicos que tocan composiciones no propias, es el
primer condicionante. No es ni debe ser un pobre traductor, o un mero ejecutor
de todas las notas e indicaciones escritas, pero sí debiera convertirse en lo
posible en un intermediario entre la intención del compositor y su forma
audible, que es cuando la música suena, primero venida del silencio. Y el
intermediario es siempre susceptible a los propios estados de ánimo, hechos de
la vida, contextos y situaciones locales o planetarias, desde el momento que es
un ser humano que participa de la vida global. Pero creo que estos
condicionamientos deben poder ser experiencias que hacen comprender lo que los
creadores vivieron, sintieron e intuyeron. De ese modo lo que vibra en la
música es algo que procede de la experiencia, y esto se traslada al sonido, al respiro
y a la emoción. De otro modo, asistiríamos a modalidades robóticas que pueden
repetir lo que leen sin entenderlo absolutamente. Cuando se entra en el reino
de la música, a su vez, hay como una trascendencia, que hace que todo lo
pasajero tenga su lugar, pero también que lo universal y atemporal de obras que
tienen siglos, puedan tener hoy una escucha que nos conmueve más allá de la
época en que vivimos.
¿Nos puede relatar alguna experiencia
vivida de manera inolvidable en alguno de sus conciertos?
He tenido varias experiencias en
concierto, que son inolvidables por razones muy distintas, principalmente por
estados psicológicos a los que la música me conducía, pero se trata de hechos
que son atribuibles a mí mismo, en relación a una orquesta o a la sala
especial. Esta vez, en el caso que cito, hay un componente que para mí
representa un signo claro, un ejemplo de lo que puede obrar y transformar la
música en quienes escuchan. Para mí se ha hecho habitual, hace años, el
realizar los que llamo “Conciertos Diálogo”, en donde busco poner al público en
sintonía con los pensamientos e intuiciones declarados por los compositores, a
través de la palabra y sus obras, generándose de este modo una atmósfera de
intimidad y de relación individual con cada oyente, algo que considero
superador de la forma tradicional del concierto.
Como una guía para el oyente…
Cierto, es como una guía, es como poner
al escuchante en una situación más cercana a la interpretación inmediata,
prepararles para que no teman lo que van a escuchar. No son lecciones de
musicología, sino un modo de indagar en el espacio interior del creador, con
sus sentimientos expresados antes o después de componer, en su inspiración y en
su vida como consecuencia. Así, en uno de estos conciertos, vino un joven que
nunca había escuchado música clásica, traído por su madre para acompañarla. Por
lo que escuchó, por lo que dije y por lo que interpreté de músicas que no eran
en absoluto fáciles, como los Intermezzi y las Baladas de
Brahms, que no son precisamente las que se suelen escuchar para introducirse al
repertorio, al terminar se acercó fuertemente conmovido e impactado por la
experiencia vivida, manifestándome que desde ese momento en adelante dedicaría
su tiempo a escuchar música clásica y a conocer la vida de los grandes genios
creadores, porque en un instante había descubierto un mundo nuevo, importante y
fascinante. Allí pude notar con más claridad y estupor, la inmensa necesidad
que es el contacto y la cercanía que hace ver que hubo jóvenes que podían dar al
mundo obras maestras, y que muchos otros jóvenes, aparentemente lejanos a ese
mundo, podían descubrir el bien que trae esa escucha a la vida. La considero
una experiencia inolvidable, que se ha ido multiplicando en el modo de acercar
a otros a obras de gran envergadura, que pueden ser apreciadas como puertas a
un paisaje desconocido, por jóvenes que han solo oído rock, pop y otras. Sin
duda, algo magnífico que se conecta con una verdadera educación musical para
hacer crecer nuevos amantes de la música.
Esta necesidad de explicar la música le
ha llevado también a la publicación de varios libros…
Cierto, para la Accademia Internazionale
di Eufonia (Locarno, Suiza) he publicado Eufonía, El Sonido de la Vida,
sobre los efectos del sonido sobre el ser humano; Pitágoras y la
Eufonía, que revela la íntima relación entre Pitágoras y la Eufonía como
una realidad aplicable a las relaciones humanas; Ecos del Viento,
viaje interior hacia la experiencia de la esencia del Sonido; y Belleza
Eterna, relatos, máximas y reflexiones sobre los arquetipos de Belleza.
¿Diría que el siglo XIX y el Romanticismo, como Schumann, son los pilares de su repertorio?
¿Diría que el siglo XIX y el Romanticismo, como Schumann, son los pilares de su repertorio?
Realmente mi pilar fundamental es Bach,
de donde todo lo que le ha seguido deriva. Todo lo que escuchamos tiene en
Bach, para la música clásica occidental de los últimos 300 años, a su fuente,
sin excepción alguna. También Mozart, Beethoven y Schubert lo son, en cuanto a
cauces enormes. El Romanticismo supo entender esta fuente inagotable, y
Schumann entre ellos representa para mí a quien ha sabido dar lenguaje a lo
íntimo y profundo, dicho al oído. Es un punto de inflexión en la música del
siglo XIX, y tiene en su imaginación e intuiciones una magia que emana estados
del alma humana como pocos otros. En mi repertorio, considero a Scriabin un
punto focal que, a mi entender, es el verdadero precursor de los cambios en la
música del siglo XX, y que el mismo Stravinsky no lograba identificar de donde
había surgido y cómo sería seguido en su inspiración.
Pero usted tendrá sus días de Eusebius y
días de Florestan…
Unos días de Eusebius y otros de
Florestan, pero a veces debo invocar a Maestro Raro, que era el unificador y
sintetizador del justo equilibrio entre estas tendencias del ánimo.
Y Bach… Sus Variaciones Goldberg,
Partitas, Clave bien temperado…
El Clave Bien Temperado está
para templar el alma. Grabé ya hace un tiempo el Libro I,
registrado en la maravillosa acústica de una sala barroca en Austria que me
brindó una paz consonante con esa música excelsa. El Arte de la
Fuga es seguramente la obra más misteriosa de Bach y siempre la
trabajo como unificadora de todas las voces. Las Partitas son
obras portentosas y he tenido el privilegio de estudiarlas con Maria Tipo en
Florencia. Debo en gran parte a ella la afinidad con Bach por la seria devoción
que transmitía enseñando, de la cual he hecho tesoro cada vez que me dispongo
frente a estas obras monumentales. Las Variaciones Goldberg las
visito y me esperan para integrarse a mi repertorio. Las grandes y vívidas
versiones insuperables, como las de Rosalynd Tureck y de Peter Serkin, son
arquetipos de sencillez y elocuencia.
De una interpretación, ¿cuánto debe el
resultado final a la inspiración y al trabajo?
Como decía Brahms cuando le preguntaron
acerca de su inspiración, decía que el sudor y el trabajo eran una base sólida
sobre la que la inspiración podía posarse. En mi experiencia, el trabajo
exterior e interior sobre una obra, conduce a tener atisbos acerca de la
inspiración que la hizo ser creada. También este es un término que ha perdido
su sentido y que se aplica a cualquier pequeña cosa, mientras que en la
creación artística y ciencias se debe a algo que poseemos pero no frecuentamos,
una especie de pisos superiores donde nuestro ascensor vital y nosotros mismos
preferimos no visitar. Cuando lo hacemos, la sorpresa es grande, porque
concienciamos de poseer un tesoro inaudito que debe todavía abrirse.
Y hablando de inspiración, ¿se encuentra
fácilmente?
Es más difícil y arduo hallarla en medio
de los ruidos y superficialidad que encontramos a diario en el estilo de vida
que nos han inculcado, completamente enfocado hacia lo exterior. Nuestra
aparente “velocidad” para todas las cosas importantes, nos hace creer que hemos
llegado al fondo de un tema y en verdad no hemos comprendido más que
parcialmente la cáscara. A la inspiración se la halla en el silencio de la
mente y en las maravillas de la naturaleza, que ha sido fuente de las más
excelsas obras de arte. Justamente esta ausencia es la que hace que los modos
consuetos que tenemos de escuchar sean obsoletos y que debamos aproximarnos a
formas renovadas de hacer, estudiar y escuchar música clásica, muy diferentes a
esa distracción constante, a la falta de concentración y la admiración por
el glamour pasajero, que deja en el olvido la sustancia y los
efectos transformadores del sonido musical.
¿Se escucha a usted mismo? ¿Escucha a
otros pianistas?
Me escucho intensamente mientras trabajo
y estudio, no solo con el afán de autocrítica que modifique o corrija, sino
como verificación de una escucha interna que se produce solo al leer la
partitura, sin el instrumento, y también en el momento previo a la producción
del sonido. En general, esta práctica ayuda a descubrir intenciones y colores
que de otro modo no podrían tener cabida. De poco vale escuchar solo después.
Es la escucha que prepara la audibilidad. Y extrañamente es aquello que menos
se enseña en los conservatorios y academias: a escuchar sin el instrumento, a
escucharse, y sobre todo a escuchar para comprender lo que el compositor
escuchó en él antes de escribir los signos que forman la partitura. Escucho a
pianistas que iluminan lo que tocan y que han tenido la suerte de escuchar a
sus maestros y hallaron por sí mismos, sin copiar oyendo grabaciones que
moldean. Es decir, aquellos que nacieron de su propia intuición con el legado
de una enseñanza recibida. Schnabel, Backhaus, Arrau o Kempff resultan fuentes
inagotables de esplendor, de real humildad, como también Ingrid Haebler y Clara
Haskil. Creo que después de ellos nace el “ego” pianístico y los fuegos
artificiales que, son interesantes, pero no llegan a conmover, haciendo notar y
valer más al intermediario que al creador y su Música.
¿Qué le pide al público?
Antes que al público pido a los músicos
esa responsabilidad de investigar las intuiciones y razones profundas de la
Música, su rol en el mundo y sus cualidades no solo estéticas sino
transformadoras, educativas y curativas. Solo los músicos pueden cambiar y
hacer superar la crisis que viven muchos jóvenes con gran talento que no hallan
actualmente ejemplos a seguir. Estimo que ha sido superado el tiempo de los
divos, de los domadores de pianos y de espectáculos de acrobacia, que
siempre atraen el asombro, pero que están lejanos de las intenciones y
esperanzas nutridas por ese reducido número de creadores, de cuyas obras se
sirven a raudales en todo el mundo musical. Beethoven, hoy celebrado por los
250 años de su nacimiento, decía: “No he compuesto estas obras para distraeros
sino para hacer nacer al hombre nuevo”. El público entonces debiera ser puesto
en condiciones de reclamar esta actitud a los músicos. Creo que es una entre
las razones por la que el público en los conciertos haya disminuido
llamativamente. La forma del concierto tradicional se revela hoy como caduca. Y
el cambio radica no solo en la forma, sino en su esencia.
Ha tardado en salir, como el “gordo” de
la lotería de Navidad, pero ya se ha citado en esta entrevista, Beethoven…
Lo considero como el verdadero Héroe de
la Música. Me permito de citar una carta que siempre me ha impresionado, que él
escribió cuando tenía solo 11 años y que lo dice todo, acerca de este “sordo”
que pudo escuchar el corazón humano y elevarlo tan alto: “A partir de los
cuatro años, la música comenzó a ser la más importante de mis ocupaciones
juveniles. Adquirida tan rápidamente familiaridad con la dulce Musa que
disponía mi alma a las puras armonías, aprendí a amarla y también ella, así me
pareció a menudo, comenzó a amarme. Ahora tengo 11 años. Desde tal momento, en
las sagradas horas de inspiración, mi Musa me ha susurrado insistentemente:
‘Prueba a escribir sobre el papel las armonías de tu alma’. Once años
-pensaba-. ¿Qué figura haré como compositor? ¿Qué me dirían los adultos
expertos en el arte? Pero mi Musa insistía. Y así obedecí y compuse”. Han
pasado 239 años de esta carta y huelgan otros comentarios…
Hablemos de sus registros discográficos,
que son muchos y muy buenos…
Con mis grabaciones tengo una especial
relación, probablemente porque he tenido siempre la fortuna de poder elegir el
repertorio que deseaba afrontar y por la respuesta acústica de espacios
especiales seleccionados que dieran vida natural al sonido, fuera de los
estudios de grabación. También algunos de estos registros han sido hechos en
concierto. Es divertido el hecho que cuando es así se diga “en vivo”, dado que
siempre es en vivo, aunque no haya público. Privilegiando la inmediatez, todos
ellos son experiencias iguales o mayores que las de un concierto. Para mi
entendimiento, no son fotografías de un instante tan solo, sino formas vivas,
debidas a los espacios plenos de arte, cuya atmósfera puede ser captada por los
micrófonos. He podido realizar una buena cantidad, a solo, en cámara con
músicos notables como Nicolas Chumachenco, Wolfgang Holzmair o Franco Maggio
Ormezowski, entre otros, o haciendo Lieder y con orquesta. En este caso,
recuerdo especialmente la colaboración habida con el gran Dietrich
Fischer-Dieskau, en su calidad de director de orquesta y de recitador de los
únicos tres Lieder para voz recitada de Schumann, colaboración que quedó
plasmada en dos discos con el Concierto para piano n. 1 de
Brahms y, en otro CD, el citado Schumann, con el Concierto en la menor
Op. 54 y la Introducción y Allegro Appassionato Op. 92,
con la Philharmonia Orchestra, ambas obras, como digo, dirigidas por
Fischer-Dieskau, que permanecerá siempre en mi memoria por su potente
transmisión de hacer cantar a la orquesta. También los registros con Sonatas de
Schubert y las Piezas Líricascompletas de Grieg, Sonatas de Mozart
y Beethoven, están entre otras grabaciones. Otros nuevos serán publicados este
año, y me espera en breve una serie de sesiones con obras de Rachmaninov y
Scriabin.
¿Quién es Daniel Levy hoy? ¿Cómo podría
definirse?
Realmente, como un estudiante. Siempre
tengo presente lo que decía Backhaus cuando le preguntaban acerca de lo que le
gustaría escuchar cuando lo recibiera Beethoven en el más allá, tras la muerte.
Él decía: “Bien, pequeño Wilhelm, has hecho algo”. Soy un estudiante en el
sentido de un buscador, que persigue buscando algo, más allá del tiempo y la
edad.
No ha perdido la curiosidad…
Por supuesto, pero todavía más, siento
estupor, estupor ante las mismas obras que he trabajado durante tanto tiempo,
que se me siguen revelando con nuevos detalles y pliegues que me asombran
continuamente.
¿Cómo era Daniel Levy en sus primeros
años como músico?
Siento un gran respeto por los maestros
que tuve, a los cuales agradezco lo que cada día puedo realizar. En particular,
a Vicente Scaramuzza, que continuamente nos decía: “no enseño para el piano,
enseño para la vida”. Y esto, cuando uno tiene diecisiete años, te deja
pensando ante un teclado… Recuerdo todo tipo de conciertos, de aprendizaje, de
aprender a escuchar con el paso del tiempo, sin limitarme al piano como tal.
Es más un pianista de finales en pianissimo que
en fortissimo…
Los aplausos que motivan los fortissimi no
tiene la reflexión que genera el pianissimo, a pesar de que aquel
es un método muy sugestivo y altamente productivo y favorable. Tuve la experiencia
de escuchar en vivo, junto con mi familia, una Novena de
Mahler en Londres de las que Claudio Abbado dirigió al final de su vida, y
aquellos minutos interminables tras la última nota moribunda y el silencio que
tras ésta se produjo, que podía cortarse con un cuchillo, es de las
experiencias musicales más intensas que he vivido. La idea del aplauso es
importante, pero en muchos casos quiebra la atmósfera creada; sin el aplauso,
la música se queda más dentro, te la llevas contigo; el aplauso gratifica al
músico, por supuesto, pero libera la tensión del espectador.
¿Qué espera de la vida?
Saber que mi propósito ha servido para
algo, especialmente en los jóvenes. Poder dejar alguna semilla.
¿Le ha sido justa la vida con sus
esfuerzos?
Cuando un esfuerzo ha dado un fruto, se
puede considerar como más importante que el “todo sigue bien”. Por otra parte,
siento que cada esfuerzo sincero tiene su recompensa y que muchos de ellos
germinan cuando la vida los considera útiles.
Entramos en la coda, y no puedo dejar de
preguntarle por sus futuros proyectos…
Obviamente voy a celebrar a Beethoven en
un festival en Suiza, con mucha de su música de cámara con piano, en encuentros
con grandes músicos. Tras esto, tengo una gira en Italia, gira en Italia,
Masterclasses y preparo proyectos en España, seguramente para 2021. Respecto a
las grabaciones, me esperan sesiones con obras de Rachmaninov y Scriabin, de
los que ya he hecho cosas, pero ahora voy a registrar la Primera Sonata de
Rachmaninov combinada con las Variaciones Corelli, es decir, dos Re
menor, pero dentro de un arco temporal de una de sus primeras obras con una de
las últimas. Y de Scriabin todo lo que tiene que ver con piezas breves; ya hice
los Preludios Op. 11, pero voy a ampliar a otros opus y otros géneros
de forma breve. Con Scriabin ocurre lo que dice Stravinsky de él: “Se sabe que
vino de Chopin, pero no quien puede seguir su estela…”.
por Gonzalo Pérez Chamorro
www.daniellevypiano.com
por Gonzalo Pérez Chamorro
www.daniellevypiano.com
Foto portada © Noah Shaye
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