Principios y valores fundamentales en la educación[1]
(Julio Ferreras)
Tener principios,
valores, ideales, que hagan posible la convivencia en la tolerancia y el
respeto, la colaboración, la justicia y la paz, es el comienzo de cualquier
tarea educativa. Los principios y los valores están presentes -aunque en
distintos grados- en todas las civilizaciones y culturas, y son los que
sostienen la vida en una sociedad determinada. Por ejemplo, las Cuatro Nobles Verdades del Buda, los Diez Mandamientos, la Ley del Amor del Cristo o la Declaración Universal de los Derechos
Humanos. Una sociedad que pierde sus principios y sus valores comienza a
degradarse y desintegrarse, lo cual trae el malestar y la desgracia a sus
ciudadanos. Algo semejante está ocurriendo en el mundo moderno. Tal vez, por
eso, el psiquiatra, terapeuta y conferenciante, David R. Hawkins, afirma que
cada civilización está caracterizada por sus principios natos, y si éstos son
nobles, la civilización tiene éxito, si son egoístas, se derrumba.
Por eso, la Nueva Educación, una educación integral y holística,
defiende unos principios y unos valores humanistas y universales, que respetan
los derechos humanos de todos los ciudadanos y pueblos del Planeta. El educador
holístico, R. Gallegos Nava, señala, entre los principios de la educación
holista, tres influencias principales en la base y posterior desarrollo de esta
educación: los nuevos paradigmas de la ciencia, la filosofía perenne y las
aportaciones de los grandes pedagogos de la humanidad.
Se dice que un principio es aquello que da vida al hecho de que el
mayor bien ha de ser para el mayor número de personas. Por ejemplo, “un padre
debe amar a sus hijos” y viceversa. Este principio elemental se quedaría corto
para el ser humano si no hubiera otro superior, como “todo ser humano debe amar
a sus semejantes, a los de su especie”. Pero esto, al fin y al cabo, también
suelen hacerlo los animales, por lo que deberíamos llegar a otro principio aún
superior, allí donde el hombre adquiere su máxima distinción y donde encuentra
su propia esencia, por ejemplo, “el ser humano debe amar y respetar toda vida
animal y vegetal, y sólo ha de dañarlas por motivos de supervivencia”. Ahora
podemos comprender, mejor aún, la esencia de los principios y los valores. No
son todos iguales, los hay más elementales y los hay superiores. Es una forma
de diferenciar el nivel mental y de conciencia de las personas, los pueblos y
las civilizaciones. J. Dewey dice que actuar por principios es actuar
desinteresadamente, conforme a una ley general que está por encima de toda
consideración personal.
En cuanto a los valores, dice el profesor G. de Landsheere: “Ninguna
educación es posible sin centrarla en la noción de valor; la axiología
constituye, entonces, la base esencial de toda pedagogía”, y afirma más
adelante: “Los valores han de descubrirse y finalmente asumirse en la acción
reflexiva y en la observación crítica, pero tolerante, del comportamiento de
los demás, habida cuenta del contexto existente. Lo importante es llegar
siempre a una conclusión flexible y abierta, pero efectiva”. Entre los valores,
podemos diferenciar un grupo que resalta lo material y lo puramente personal, y
otro que realza lo global y el bien común. No hay duda de que este último es
superior, pero ambos son necesarios en la vida humana, a pesar de que -como
dijo López Aranguren- “los valores morales se pierden sepultados por los
valores económicos”.
“Educar a un niño es formar su carácter moral, enseñarle los (pocos)
principios fundamentales e invariables aceptados por todos los pueblos del
mundo”, dice el biólogo y físico P. Lecomte du Noüy. Y el intelectual y
economista, E. F. Schumacher, afirma que la esencia de la educación es la
transmisión de valores, algo más que meras fórmulas o afirmaciones dogmáticas.
En cuanto a Einstein, habla de los ideales que iluminaron y colmaron su vida
desde siempre: la bondad, la belleza y la verdad, y añade: “Las banales metas
de propiedad, éxito exterior y lujo me parecieron despreciables desde la
juventud”. En otro lugar, afirma que la función de la educación y de la escuela
es ayudar al joven a formarse en un espíritu tal que esos principios
fundamentales sean para él como el aire que respira. “Sólo la educación puede
lograrlo”, asegura Einstein.
Uno de los primeros principios educativos es que “el educador ha de acercarse al mundo del educando”, y no al revés,
como es el caso de la educación convencional. Todo verdadero educador tiene
presente siempre que la educación consiste precisamente en adentrarse en el
interior del niño para ayudarle a extraer de él lo mejor que contiene. Eso
significa educar (de educere = sacar
afuera, guiar desde el interior). Dirigirse al niño desde el mundo de los
mayores para atraerle a nuestro mundo, es un grave error pedagógico. El niño y
el adolescente no pueden conocer aún el mundo de los mayores, ni es el momento
para ello; en cambio, el educador puede y debe conocer el mundo maravilloso del
niño, y ahí debe centrar toda su acción educativa. Este principio está
relacionado con el siguiente.
“Educar es sugerir, invitar, no
imponer ni mandar”, principio desconocido e
incomprendido en la educación convencional, basada en la visión del
mundo de la ciencia clásica, donde los niños son considerados adultos pequeños
a los que se educa para hacerse mayores y según las premisas de los mayores.
“Nada sabéis si sólo sabéis mandar, reprender y corregir. Todo lo sabéis si
sabéis haceros amar”, escribió el teólogo francés F. Fénelon. Este principio
sólo puede ser comprendido a la luz de la nueva ciencia y la nueva psicología,
es decir, en la Nueva Educación, donde el niño tiene un valor en sí mismo como
ser humano, que exige amor y respeto.
Así se reconoce hoy, en los principales Documentos Internacionales de
Derechos Humanos. Es la educación que no se basa en prohibir, sino en
desarrollar el sentido de responsabilidad personal. J. Dewey trae esta cita de
Emerson: “Respeta al niño. Pero no seas demasiado padre. No violes su soledad…
Respeta al niño, respétale hasta el fin, pero respétate también a ti mismo”. Y
el psicólogo A. Maslow afirma, sobre el niño: “No podemos obligarle a
desarrollarse, podemos tan sólo tentarle a hacerlo, ponérselo más al alcance de
la mano… Sólo él puede preferirlo; nadie puede hacerlo en su lugar”.
Otro principio esencial, señalado por la mayoría de los educadores, es
éste: “Toda educación ha de apoyarse en
el verdadero conocimiento del ser humano”. Lo recuerda el psicoanalista P.
Daco: “La misión de todo educador -dice- consiste en llegar al conocimiento de
sí mismo, a la verdad y al equilibrio”. La importancia de este conocimiento exige
un capítulo aparte. Este principio se convierte a la vez en un objetivo
esencial de toda educación: ayudar al niño y al adolescente al difícil
conocimiento de sí mismos.
“Aprender a corregir sin herir”
es otro de los grandes principios, y probablemente uno de los más difíciles,
pues exige al educador un buen autodominio y un gran conocimiento de sí mismo y
de los demás, y en especial del niño. Una de las peores cosas que acepta todo
ser humano es que le corrijan, en especial si no se procede de la manera
adecuada y en el momento oportuno. Corregir sin herir exige amor, paciencia,
tolerancia, comprensión y respeto. El educador debe tratar de modificar
conductas y comportamientos concretos del niño, no corregir al niño en su
totalidad, en su propia esencia, porque entonces el niño pierde la confianza en
los mayores. Una cosa es corregir una conducta concreta porque es inadecuada, y
otra cosa, corregir la persona del niño en su totalidad. Esto último lo
hacemos, por ejemplo, cada vez que decimos “mi hijo es desobediente”, debido
a alguna conducta concreta de
desobediencia. Hay que tener en cuenta que lo que no se consiga del niño,
mediante el respeto hacia su persona y su libertad, no se conseguirá mediante
la fuerza.
El educador ha de “huir de todo
dogmatismo y estar abierto a todo”,
ha de tener presente que todo es relativo, pues la verdad absoluta y objetiva
no está al alcance del ser humano. Toda verdad es una verdad a medias, por eso
decía Machado: “¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya,
guárdatela”. Esta independencia y libertad de pensamiento no es nada fácil
adquirirla; sin embargo, es una de las cualidades que ha de poseer todo
educador. Es preciso, a la vez, que el educador huya de toda permisividad, tan
peligrosa como el autoritarismo. La neuróloga Rita Levi-Montalcini, defensora
de la importancia de la educación del niño, dice que ni el sistema autoritario
ni el permisivo dieron los resultados esperados en la educación y la enseñanza,
y habla de un nuevo sistema educativo, basado en un tercer principio: el
“cognitivo”.
“Hay que educarse para educar”. Debido a una falta de investigación
educativa y de consideración social de la educación, ésta parece ser un campo
de todos, lo que equivale a afirmar que es un campo de nadie. Por eso, todo el
mundo, todos los medios opinan sobre educación; todos creen que saben educar.
Sin embargo, no se encuentran las soluciones a los problemas educativos, porque
no se da la importancia debida a la necesidad de aprender a educar. Este es un principio esencial de la educación:
la verdadera y difícil formación del educador. De ahí, la importancia de educar al educador, que señalan la
mayoría de los autores.
Otro principio educativo es “enseñar
a aprender” (o “aprender sobre cómo
se aprende”, según otros), un eslogan de moda hoy, un proceso de
descubrimiento sobre el aprendizaje, una toma de conciencia sobre
cómo hay que aprender. Lo que parece indicar este principio es que la forma de
aprender del lema “la letra con sangre entra”, memorística, teórica y
superficial, no sirve en un nuevo paradigma del conocimiento, en que es preciso
un aprendizaje más profundo y consciente, incluso acerca de las limitaciones
humanas, una inteligencia que integre capacidades, destrezas, valores y
actitudes.
El profesor de las Escuelas Waldorf, F. Carlgren, dice que la tarea más
importante de la escuela no puede ser proporcionar conocimientos de por sí,
sino el arte de enseñar a aprender.
No es esto lo que se ha llevado a cabo hasta ahora en las escuelas. Por eso,
dice M. Ferguson: “¿Cómo es que nuestros niveles de aprendizaje y de
realización son tan mediocres? Si somos tan ricos, ¿por qué somos tan poco
inteligentes?”, y añade: “Esa es la dolorosa paradoja humana: un cerebro dotado
de infinita plasticidad y capacidad de auto-trascendencia, pero igualmente
susceptible de ser entrenado para observar una conducta autolimitadora”.
Ligado a este principio podría ir este otro: “Primero hay que aprender y después juzgar”, señalado por el
polifacético R. Steiner, o “antes de
hablar hay que poseer conocimiento”. Steiner afirma que para llegar a la
madurez en el pensar es preciso haber aprendido a respetar lo que otros dicen,
y que el intelecto, en el niño, no ha de intervenir hasta después de que hayan
hablado todas las demás facultades anímicas. Esta norma de aprender antes de
hablar, ha estado siempre presente en todas las escuelas esotéricas, donde el
neófito estaba obligado a permanecer en silencio durante largo tiempo, con la
finalidad de aprender y reflexionar antes de hablar.
Otro principio educativo a tener en cuenta es que “el educador enseña con su ejemplo, no con lo que dice”. Así lo
señalan diversos autores. “El ejemplo corrige mejor que las reprimendas”, dijo
Voltaire. Einstein recuerda que el único medio racional de educar es dar ejemplo,
y el profesor y político, Jean Jaurès, escribió: “No se enseña lo que se sabe
ni lo que se dice, sino lo que se hace”. De ahí el dicho “las palabras vuelan,
los ejemplos arrastran”. La sabiduría de este principio ha de estar siempre
presente en la mente y la vida de todo educador.
En la Nueva Educación, existe otro principio fundamental: “Enseñar deleitando” que, debido a su
importancia, lo tratamos aparte, y -como decimos allí- es la antítesis de “La letra con sangre entra”, defendido y
practicado por la educación convencional.
La edad ideal para interiorizar estos valores y principios es la
infancia y la adolescencia. Si no se adquieren en estas etapas, después -en la
edad adulta- es demasiado tarde para interiorizarlos, y sin ellos el hombre se
situará con mucha frecuencia no sólo al borde de la ley, sino de la ética y del
peligro. Cuando los seres humanos sean educados, según los principios y valores
de la Nueva Educación, se convertirán, de súbditos, en ciudadanos responsables
y libres. Entonces tendrá lugar el nacimiento de una nueva sociedad, donde los
derechos humanos contenidos en la Declaración Universal serán respetados por
todos, generando una nueva atmósfera social y una nueva forma de hacer
política, basada ésta no en la competitividad, el enfrentamiento y el beneficio
personal, sino en la colaboración y el bien común. Pero esa nueva educación y
esa nueva sociedad están ya presentes en las mentes y en las vidas de algunos
ciudadanos del planeta.
[1] Se permite el uso y la difusión de este documento citando su procedencia. Reservado por derechos de autor
Definitivamente debemos entender que el orden de las cosas en comenzar por el principio, si quermos tener hombres y mujeres responsables debemos comenzar por dar una educacion de calidad a los niños, y esto no es una retorica sino que debemos dar AMOR, en cada una de nuestras actuaciones que tengamos la oprtunidad de interrelacionar con los niños aun desde nuestros hogares, asi podemos cambiar el mundo para ellos y nosotros mismos.
ResponderEliminar