La figura
del maestro para la Institución Libre de Enseñanza
En tiempos en que los maestros se parecían mucho a funcionarios vitalicios y
rutinarios, la Institución tuvo mucho interés en elevar la figura de los
maestros, dignificar su figura, sacarles de la indigencia, formarles y
potenciarles al máximo. Los maestros son lo más importante, y todo lo demás se
evapora en la inutilidad si falta él. Dadme el maestro -decía Giner en una de
sus más conocidas acotaciones- y os abandono el edificio, las instalaciones, la
organización, los programas..., todo lo demás.
La vocación,
severidad y probidad en la conducta y las dotes de investigación y exposición
eran los elementos a tener en cuenta, según el artículo 18 de los Estatutos,
para el nombramiento de profesores en la Institución y eran condiciones
inexcusables: Todo profesor podrá ser removido cuando perdiese alguna de estas
esenciales condiciones. En todas las fundaciones derivadas del espíritu
institucionista se trataba de evitar por todos los medios la burocratización
del maestro como consecuencia de los nombramientos vitalicios y la falta de
estímulos. El maestro que soñaban los institucionistas no podía poner
condiciones al impulso que surgía de él, ni trocar su labor por más o menos
dinero, ni regatearle un minuto a su compromiso moral. Si no era así, no les
interesaba para su proyecto.
La intuición era
tanto un don del educador como una vía de relación del niño con el mundo. El
educador asumía intuitivamente los caracteres originales y personalísimos del
discípulo e iba estimulando su desarrollo, secundando su actividad, alimentando
su maduración..., dejándole hacer. Y para ello se servía de la totalidad de las
plurales y complejas provocaciones que ofrecía la vida real: la naturaleza, el
arte, la familia, la industria, etcétera. Se trata de una enseñanza activa,
porque el maestro tiene por misión alumbrar y alimentar la fuerza personal del educando;
se trata también de una educación individualizada, porque, huyendo del
uniformismo, acentúa y potencia su personalidad original.
Cossío
se opone radicalmente a lo que él llama el procedimiento de estampación, el que utiliza el prototipo de maestro-poseedor
de la verdad contra el alumno calladito y neutro que injiere tal presunta
verdad para luego reestamparla de memoria y mal digerida el día del examen.
Exactamente igual, y por las mismas razones, se opone al libro de texto, cuya
deglución a fuerza de codos aplasta cuidadosamente las tentaciones de la
curiosidad estudiantil por la consulta de otros libros innecesarios. Para Giner
y Cossío la enseñanza debe ser lo contrario de eso: una excitación permanente a
la actividad, a la curiosidad, a la búsqueda: No enseñar las cosas, sino
enseñar a hacerlas.
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