Las Naciones Unidas[1]
(Julio Ferreras)
Entre las organizaciones internacionales, nacidas en la segunda mitad del pasado siglo, la más importante y la de mayor alcance mundial es, con toda evidencia, la Organización de las Naciones Unidas, creada en 1948 a raíz de la segunda guerra mundial para “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”, como debuta su Carta Institucional. El público mundial suele confundir generalmente la Asamblea General de las N. U., e incluso las propias Naciones Unidas, con el Consejo de Seguridad, el órgano más conocido de la organización, probablemente por ser el único órgano esencialmente político y el que más trabas está poniendo para el cumplimiento de los objetivos de la Carta Institucional, y en especial los cinco miembros permanentes de dicho Consejo con derecho a veto. Las Naciones Unidas no han sido suficientemente conocidas, debido esencialmente a que las grandes potencias las han utilizado más bien en su provecho, que en bien de toda la humanidad para el que fueron creadas.
El Dr. Robert Muller, uno de los que mejor ha conocido esta organización mundial y más ha trabajado en su favor, escribió el mejor alegato a favor de las Naciones Unidas, titulado “Mi profesión de fe en las Naciones Unidas”, que -como su nombre indica- expresa una profunda confianza en esa organización por “el progreso humano que representan a pesar de sus límites, sus fallos y su errores”, dice. Llega a considerar a las Naciones Unidas como “una organización que será considerada algún día por los historiadores como el paradigma del tercer milenio”, y como “la conciencia y el corazón precursores de una humanidad que defiende lo que es bueno y rechaza lo que es malo, que alienta y defiende la comprensión, la cooperación y la ayuda humanitaria, en lugar de la división, la lucha y la indiferencia entre las naciones”. En efecto, las Naciones Unidas son la síntesis y la fusión de los ideales de fraternidad, justicia y paz de todos los pueblos de la tierra. Todas sus misiones sobre el planeta son y deben ser de paz, y no de guerra, porque la Carta de las N.U. se creó precisamente para que la humanidad pudiera vivir en paz.
Einstein, ese científico que se caracterizó por su gran sentido humanitario, escribió al representante alemán en la Sociedad de Naciones (el organismo internacional anterior a la ONU): “Estoy dedicando todos mis esfuerzos a la creación de una organización supranacional que pueda actuar como árbitro y órgano regulador de los asuntos internacionales”. En otro discurso, en 1948, afirma: “Hay un único camino hacia la paz y la seguridad: el camino de la organización supranacional”.
Einstein tenía claro que esto sólo se podía conseguir, a partir de un acuerdo sobre el desarme y la renuncia a una parte de la soberanía nacional de los diversos gobiernos. Por eso, escribió: “Quien no se encuentre dispuesto a poner el futuro de su país en manos de una organización internacional que actúe de árbitro, en caso de reyertas, no está verdaderamente decidido a evitar las guerras… Quien quiera abolir de veras toda guerra, tendrá que aceptar que su propio estado renuncia a parte de su soberanía en beneficio de las organizaciones internacionales”. Esta idea se repite constantemente en todos sus mensajes, anticipándose en muchos decenios a la época que le tocó vivir.
Esto exige una toma de conciencia de la necesidad y de la importancia de la unión entre los pueblos, y a la vez un buen ejercicio de humildad y de fuerza moral. Para ello, es preciso una reforma de las Naciones Unidas, y sobre todo del Consejo de Seguridad, de los cinco países que tienen el derecho de veto (una especie de secuestro de las Naciones Unidas, debido al egoísmo y la ambición), para que este órgano deje de ser puramente político en manos de las grandes potencias y se convierta en un órgano realmente democrático y representativo de la Asamblea General o desaparezca. Hoy, el Consejo de Seguridad tiene un mayor poder de decisión sobre los problemas mundiales, que la propia Asamblea General.
En efecto, ¿cuándo dejaron de guerrear las razas, los pueblos y las naciones del mundo que hoy viven en paz? Cuando cedieron parte de su soberanía a una entidad superior que las englobaba a todas; es decir, a partir de su unión, bien sea entre los distintos estados, pueblos o etnias de una misma nación, o entre diversas naciones vecinas. Eso ocurrió entre los estados federados de América del Norte (los EEUU) y en la Unión Europea, como asimismo en el Reino Unido, España, Francia, etc. Por eso, hoy se cuentan entre los pueblos y las naciones más avanzados del planeta. En cambio, esas partes del mundo donde los pueblos viven enfrentados, deseando imponer cada uno su soberanía a los demás, se desgarran en guerras fratricidas, como ocurre sobre todo en África y Oriente Medio.
Según R. Muller, las Naciones Unidas “son un mecanismo internacional listo para ser utilizado en el momento preciso en que la humanidad esté llegando a ser una unidad compleja e interdependiente desde todos los puntos de vista. Esta será su mayor oportunidad histórica de éxito y de utilidad para la raza humana”. Ese momento parece que ha llegado ya y, por tanto, las Naciones Unidas deben ser ese mecanismo -de que habla Muller- que integre a todas las naciones del mundo.
La debilidad que se achaca con frecuencia a las Naciones Unidas no es sino la debilidad y la falta de visión de futuro de la propia humanidad en su conjunto y el deseo de algunas naciones de suplantar a las N.U. en sus negociaciones ambiciosas y egoístas. Eso es lo que representan el G8, el G20 y todos los demás organismos que actúan por encima o al margen de la Asamblea General. A medida que los ciudadanos del mundo vayan desarrollando su independencia y alcanzando su etapa adulta, veremos unas N.U. más fuertes y libres, y no habrá ningún grupo que actúe al margen de las propias N.U., siempre que se trate de asuntos que incumben a toda o la mayoría de la humanidad y del planeta.
A medida que las naciones aprendan que la mayor fuerza y seguridad está en la unidad del conjunto, y no en la actuación por separado, las N.U. se fortalecerán y habrá un mayor equilibrio, orden, paz y seguridad en todo el mundo. Ninguna de las partes ha de ser nunca superior al todo, al conjunto, ni debe actuar en solitario cuando se trata del bien común. Esto deben aprenderlo bien los ciudadanos y las naciones si desean un futuro en una convivencia justa y pacífica.
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