lunes, 31 de diciembre de 2012

Una cultura del perdón


(Si quieres ser feliz un instante, véngate; si quieres ser feliz toda la vida, perdona)

Una cultura del perdón

Para que la sociedad sea más habitable, humana y menos endurecida es preciso que se instaure una “cultura del perdón”. Esto significa que el perdón sea una práctica frecuente y no excepcional. El perdón entendido como impedimento al resentimiento por las ofensas que penetran en el ser humano y también como capacidad para querer y saber disculpar al otro en sus actitudes y comportamientos. Para ello es preciso estar dispuesto a ver lo mejor del corazón del otro y llegar a poder decirle “sé que no eres así, sé que eres mucho mejor y te perdono”, queriendo lo mejor para quien nos ha ofendido y se ha equivocado (Julio Lorenzo Rego).


La Psicología descubre el poder del perdón
(Entrevista a Robert Enright realizada por Zenit)

El mensaje evangélico del perdón ha llevado a la fundación de un instituto psicológico, que demuestra su eficacia para la curación personal y la paz en el mundo.
Robert Enright, psicólogo, creó el Instituto Internacional del Perdón en 1994 con el fin de aplicar años de investigación en la práctica del perdón. Es coautor de «Helping Clients Forgive: An Empirical Guide for Resolving Anger and Restoring Hope» (Ayudar a los clientes a perdonar: Guía empírica para Resolver el Odio y Restaurar la Esperanza”), publicado por American Psychological Association Books, 2000. 

En esta entrevista, el doctor Enright comparte con Zenit sus conclusiones.

--¿Qué efectividad ha tenido el perdón como terapia? 
--Enright: Ha sido muy variada. Algunos grupos de investigación obtuvieron excelentes resultados científicos con la terapia del perdón, mientras que otros no. Como afirma Richard Fitzgibbons en nuestro libro, una causa de los diferentes resultados es el tiempo y el cuidado que el terapeuta dedica al paciente. Perdonar a otro por una profunda injusticia lleva su tiempo. Los instrumentos de cura a menudo insisten en la terapia «breve», la cual no da suficiente tiempo al cliente para recorrer el itinerario doloroso y terapéutico del perdón.
Uno de nuestros proyectos de investigación, con Suzanne Freedman, de la Universidad de Northern Iowa, era con sobrevivientes de incestos. Estas valientes mujeres necesitaron mucho tiempo, en torno a un año, para perdonar a quienes habían abusado de ellas. Valió la pena el esfuerzo.
Cuando comparamos el grupo experimental, que ha recibido terapia del perdón, con un grupo de control que no la ha recibido, en el primero se reduce de manera significativa la ansiedad y la depresión. Después de que el grupo de control iniciara y completara la terapia del perdón, ambos mostraron una mejora significativa en sus síntomas de ansiedad y depresión.
Aunque un año parece mucho tiempo, deberíamos darnos cuenta de que algunas de las mujeres sufrían desórdenes emocionales desde hacía 20 ó 30 años antes de perdonar.
Vemos resultados similares con otros grupos: hombres y mujeres en comunidades de rehabilitación de drogas; pacientes terminales de cáncer; matrimonios a punto de divorciarse; adolescentes presos; pacientes cardíacos y otros.
(véase entrevista completa)


La venganza y el perdón (Enrique Rojas Marcos)

 El perdón es un gran acto de amor. No se trata de pedirlo por una pequeñez: un pisotón, un golpe inesperado o una cosa trivial. Hablo de perdonar cuando se ha cometido una humillación, una herida en el corazón de otra persona, un desprecio, una injusticia flagrante, un maltrato físico o psicológico, sabiendo muy bien lo que se hacía. Pienso ahora, mientras escribo estas líneas, en tantas situaciones terribles por las que pasa el ser humano: por ejemplo, los dramas de matrimonios rotos en donde la dureza, la tortura psicológica y el despecho sistemático hicieron estragos y llevó las mejores ilusiones. El análisis está erizado de dificultades. Serpentean en estas masas de pensamientos por los que me abro paso, trampas y vericuetos pantanosos.

El inventario de sufrimientos que puede padecer una persona llega a formar un mosaico diverso y frondoso, en donde se hospeda una serie de conductas de sinsabores, tristezas y desencantos, unas veces de forma clara, otras camufladas, que constituyen un mapa de dolor físico y psicológico de valles y quebradas. Esa lista es el cuento de nunca acabar y, al mismo tiempo, todo está descrito y tipificado.

El escándalo del sufrimiento por el que puede transitar el ser humano es kafkiano, increíble, impensado, una caja de sorpresas para la que se debe estar preparado teniendo unos cimientos sólidos, fuertes, resistentes y una visión de la vida natural y sobrenatural, física y metafísica, inmanente y trascendente.

El sufrimiento no superado puede volver a esa persona agria, amargada, resentida, dolida, echada a perder. El mismo sufrimiento que a unos los hunde y los sumerge en el odio, a otros los purifica y los hace más humanos y con más capacidad de amor. El tema es saber darle la vuelta al argumento y saber pasar las páginas de esas experiencias negativas, superándolas y mirar hacia delante.

El principal problema que se plantea aquí es quedarse instalado en el rencor. Que significa: sentirse dolido y no olvidar. Y entonces, puede suceder que unos motores principales de esa vida sean la revancha y el odio. Son dos caras de una misma moneda. En la revancha rige esta fórmula: el que la hace la paga y hay que buscar el momento oportuno para devolver el golpe; hay desquite y actitud de venganza. Mientras que el odio es el deseo de destruir al otro o hacerle todo el daño posible, de palabra y de obra; hay aversión clara hacia esa persona, esperando que le suceda algún mal de importancia.

Son dos actitudes complementarias que funcionan como una tierra seca y requemada, donde se oyen los alaridos de los chacales y el crascitar de los buitres oteando la presa. Se mueven por esos pasadizos cautelosos de hacerle daño, descalificarlo y no perder la ocasión de hacer algo contra él. El paisaje mental se puebla de estas sombras de enemistad, que se deslizan sembrando frutos de destrucción, tentados por la astucia sutil de buscar los momentos más oportunos para tener la maquinaria dura de la venganza y el odio bien engrasada.

Frente a las heridas no resueltas, éstas regresan a nuestra intimidad por la puerta de atrás. Y se cuelan como un ladrón, robando la paz y la tranquilidad interior. El perdón tiene dos notas: una inmediata y otra mediata, cercana y lejana. Te perdono, me perdonas. Y después, otra fase que necesita tiempo: luchar por olvidar. Porque el perdón consiste en renunciar a la venganza y al odio. De este modo, la persona no se endurece y de ahí brotará una nueva forma de entender la vida. Insisto: renunciar a las represalias, al ajuste de cuentas, al correctivo, a la ley del talión... sólo puede hacerlo una persona superior en calidad humana, en donde la reivindicación justiciera no va a tener cabida, tras un esfuerzo por superar las heridas y atropellos recibidos.

¿Puede una madre perdonar al asesino de su hijo? ¿Pueden los padres de una joven violada perdonar al agresor así porque sí? ¿Puede una mujer maltratada por su marido, del que se ha separado traumáticamente y que no le pasa una pensión digna perdonarle? ¿Es posible el perdón tras saber que un sujeto ha buscado el golpe seco en la vida de otra persona, en el sitio que más le duele, en el talón de Aquiles... por lo que va a tardar en recuperarse de ello unos cuantos años? ¿Se puede pasar las páginas y olvidar, tras ser difamado, ofendido, ultrajado y casi destruido? Hablamos de un daño objetivo, claro, contundente, que se puede pesar y medir.

¿Qué quiere decir perdonar? Significa aceptar los hechos e intentar comprender esa conducta y tratar de que el tema se aleje del escenario mental cada vez más. Y considerar a esa persona como digna de compasión. Sin un profundo sentido espiritual no es posible el verdadero perdón.

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