El ser humano, de acuerdo a su naturaleza dual,
sólo puede aprender a través de los errores, voluntarios o involuntarios. Por
tanto, el cometer errores forma parte de esa naturaleza dual. A través del
error llegamos a la verdad, lo mismo que a través de la enfermedad conocemos la
salud, etc. Ello implica la necesidad de aprender, por un lado, a pedir perdón,
cuando el error o la ofensa cometidos han originado algún daño a terceros; y
por otro, aprender también a perdonar a quien nos ha ofendido.
Este aprendizaje, tan ausente del
sistema educativo convencional como el de la sensibilidad o el de las
emociones, es necesario emprenderlo en los primeros años del niño. Si, en
esta edad, no le acostumbramos a pedir perdón, cuando ha hecho algo que perjudica
a otros, crecerá como si todo el mundo es suyo, le faltará esa empatía tan
necesaria en la convivencia y la comunicación entre todos los seres
humanos.
En cuanto a la necesidad de aprender a perdonar, es útil y conveniente
saber que el perdón (la capacidad de perdonar) tiene un aspecto psicológico muy
importante, ya que, al perdonar a alguien, nos deshacemos de una carga inútil y
perjudicial. Liberarse de un posible enemigo, a través del perdón, es liberarse
de múltiples pensamientos negativos derivados del odio y la venganza, lo cual
es absolutamente beneficioso para nuestra salud mental y física. Oigamos lo que
dice, sobre el odio, el filósofo y
pedagogo francés de origen búlgaro, O. M. Aïvanhov: “Si odiáis a alguien, o si
le amáis, contraéis un lazo con él. El odio es tan poderoso como el amor. Si
queréis liberaros de alguien para no volverle a ver, no le odiéis ni le améis,
sed indiferentes con él. Si le odiáis, os unís a él con cadenas que nadie podrá
desatar… La gente cree que el odio rompe los lazos, y ocurre lo contrario,
porque el odio es una fuerza que os une a la persona odiada, como el amor” (“El
hombre a la conquista de su destino”).
Hoy el término perdón, como el término compasión, están
infravalorados, haciéndolos a veces sinónimos de debilidad, y olvidando
que el perdón -como la compasión- implican fortaleza, libertad y amor, mientras
que la crueldad y la venganza suponen debilidad, esclavitud y odio. Gandhi
dijo: “Un espíritu débil es incapaz de perdonar. El perdón es virtud de los
fuertes”. Tal vez, por eso, sólo los grandes seres son capaces de perdonar. “El
perdón es el poder del poderoso”, entendido como lo dice el yogui P. Yogananda,
un poder que viene del interior del ser humano, no del exterior. Lo practicó Gandhi, Mandela, y no digamos Jesús de Nazareth. La
capacidad de perdón y de compasión que ha desarrollado un ser humano, está en
estrecha relación con su altura humana, ética y moral.
Por eso, es tan
importante que los niños aprendan a pronunciar y a practicar, ya en su primera etapa
educativa, esa hermosa palabra, tan necesaria en nuestra sociedad, debido a las ofensas y errores cometidos, no siempre involuntariamente. Deben oírla, como
ejemplo, de sus propios padres. Ser
capaz de pedir perdón y perdonar debe significar, en el niño, que somos
imperfectos y necesitamos la mutua comprensión. El que jamás pide perdón, el que no perdona nunca, va
por el mundo arrasándolo todo, como un tren que se ha salido de su trayectoria,
no ve más allá de su ombligo. El perdón cura las heridas, libera las tensiones inútiles y acerca las
posiciones; es lo que más necesita, hoy, todo nuestro mundo, no sólo los
palestinos y los israelíes, por poner un ejemplo de odio y ausencia de perdón entre dos pueblos vecinos.
En la red de
Internet encontramos casi todo lo que
buscamos; también cómo aprender a pedir perdón y a perdonar.
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