viernes, 9 de agosto de 2013

Educar por el lenguaje y para la comunicación*


Los diferentes niveles del lenguaje definen a los seres humanos. El lenguaje del poeta difiere esencialmente del lenguaje de una persona rústica. Si hoy tuviéramos que definir a los menores por su nivel de lengua, una buena parte no superaría el nivel rústico y grosero. ¿Cuál es la razón, si los niños y los adolescentes tienden a imitar a los mayores? La pregunta así planteada incluye la respuesta. Los menores aprenden el lenguaje que oyen a su alrededor, en la familia, el colegio y la televisión. El nivel de lengua dominante, en muchos ambientes sociales de la actualidad, es bastante burdo y chabacano.

No ha de sorprendernos, pues, el bajo nivel de lengua de nuestros escolares, con un vocabulario reducido y un desconocimiento de las normas lingüísticas. ¿Qué nivel de comunicación y de diálogo se puede establecer así? Sabemos que la ambigüedad en el vocabulario lleva a la confusión en el pensamiento, y ésta acaba fácilmente en el enfrentamiento. No se sabe apreciar y disfrutar de la belleza de la palabra. Es la consecuencia de nuestro espíritu empobrecido, o de nuestra falta de espíritu. “El lenguaje de cada uno es como la huella dactilar de su espíritu”, dice el filósofo Emilio Lledó, quien ha sido consciente de la pérdida del poder de la palabra a favor de la imagen: “El desarrollo de la televisión -dice- es un fenómeno importante en nuestro tiempo, inevitable y real… Pero yo creo que si no somos palabra, si no somos lenguaje, si no somos alguien con una determinada idealidad, entonces las imágenes resbalan sobre nosotros, o nos agreden y nos deforman”.

El Verbo sagrado, dado al hombre (“en el principio era la palabra”) como distintivo de su especie, lo hemos vejado y degradado. Hacer un buen uso de la palabra y de la lengua ya no es un signo de poseer una buena educación para esta sociedad. La Retórica o el “ars bene dicendi” de los antiguos, que ocupó un lugar importante en la educación hasta la Edad Media, ya no interesa, hoy, a una humanidad ensimismada por el mundo de la imagen.

Un educador para el que la palabra, el diálogo y la comunicación han tenido una gran importancia, es Paulo Freire. “Decir la palabra -afirma en La Educación como práctica de la libertad- es transformar la realidad… decir la palabra no es privilegio de algunos, sino derecho fundamental y básico de todos los hombres”. A lo cual comenta Julio Barreiro, en el prólogo del citado libro: “Nadie dice la palabra solo. Decirla significa decirla para los otros… Por eso, la verdadera educación es diálogo”; y dice de P. Freire: “Nos sorprende -a la manera socrática- el valor que Paulo Freire da a la palabra”. En otro lugar, habla Freire del diálogo, del que afirma: “Se nutre del amor, de la humildad, de la esperanza, de la fe, de la confianza. Por eso sólo el diálogo comunica”, y dice que sólo hay comunicación cuando se crea una relación de simpatía entre los polos del diálogo.

El tema de las relaciones y la comunicación entre todos los seres humanos es, hoy, el arquetipo para el desarrollo de la humanidad, hasta llegar a establecer unas relaciones cordiales entre todos los pueblos de la Tierra. Esta idea debe estar cada vez más presente en las mentes de los educadores y en todas las escuelas del mundo. Según la nueva Teoría General de Sistemas, la relación lo es todo.

A la hora de hablar y comunicarse, es hoy, pues, más necesario que nunca, adquirir el buen hábito de pensar en lo que uno va a decir y el efecto que producirá en el interlocutor. La sabiduría antigua enseña que antes de hablar es esencial pensar, recordando el precepto “antes de hablar se debe adquirir conocimiento”. En este sentido, podemos afirmar que no existe, en nuestra sociedad, una educación por un buen uso del lenguaje y para una buena comunicación. Tanto en los debates, como en la conversación ordinaria, uno quita la palabra al otro, expresa lo primero que le viene a la mente y no reflexiona en el efecto que producirán sus palabras. De esta forma, estamos sembrando continuamente la semilla de la discordia y del conflicto. No digamos con qué frecuencia se utiliza el lenguaje para la difamación y la calumnia, que expresan siempre una bajeza de espíritu, una falta de amor, de comprensión y de fraternidad. Y tampoco deberíamos olvidarnos del dicho “quien te hable mal de los demás, hablará mal también de ti”.

La necesidad de una educación por el lenguaje y para la comunicación queda patente en estas palabras de la líder espiritual japonesa, Masa mi Saionji: “No hemos usado las palabras, hemos abusado de ellas. Este terrible abuso ha sentado las bases del mundo frío y cruel que hemos construido a nuestro alrededor. A medida que avanzamos por el siglo XXI, nuestras falsas ilusiones sobre las palabras deben desaparecer. Todas las palabras negativas deben ser purificadas. Si queremos que la vida en la Tierra evolucione, todas nuestras palabras deben ser brillantes y llenas de armonía. Si revisamos la historia de la humanidad, podemos percatarnos de que es debido a la forma en que cada individuo ha utilizado las palabras, y no por ninguna otra razón, por lo que existen tantos conflictos, calamidades, enfermedades y discriminación”.

A. Huxley dice que disponemos actualmente de todo el material intelectual necesario para una sólida educación en el uso propio del lenguaje, para una educación en todos los niveles, desde la guardería hasta los cursos para licenciados, y que se debería llevar a cabo inmediatamente. Pero no es así, por eso afirma más adelante: “En ningún sitio se enseña a los niños, de un modo sistemático, a distinguir la afirmación verdadera de la falsa, la significativa de la carente de significado. ¿Por qué es así? Porque sus mayores, inclusive en los países democráticos, no quieren darles esta clase de educación”. En otro lugar, Huxley dice que la libertad está amenazada y que la educación para la libertad es de necesidad muy urgente.

Por eso, la Nueva Educación defiende que la educación por el lenguaje y para la comunicación es uno de sus propósitos, pues, por un lado, la educación se ocupa básicamente de establecer relaciones e interrelaciones, de construir puentes y eliminar muros y fronteras, es decir, de la verdadera comunicación entre los seres humanos. Por otro, la lengua es el medio más asequible para comunicarnos con los demás, y un lenguaje fino y elegante es idóneo para la expresión de nuestros sentimientos más íntimos y elevados, y también para la expresión de un espíritu refinado. Aristófanes dijo que los pensamientos elevados deben tener un lenguaje elevado.

Emilio Lledó dice que la educación debe fomentar la reflexión, la curiosidad por el lenguaje, por el significado de las palabras. Por ello, es preciso desarrollar en los niños y los adolescentes el hábito de usar las palabras con corrección y respeto, de modo que sean la expresión de nuestros correctos pensamientos y de un propósito benéfico en la comunicación. Es preciso imbuirles en el amor por la lectura, y sobre todo por las bellas obras de la literatura, apropiadas -si es preciso- para su nivel de conocimientos. El profesor y orientador, A. Escaja, en su libro “Educar en familia”, dedica un apartado a la educación por el lenguaje, donde trata de la importancia de enseñar a los niños a utilizar un lenguaje elegante y correcto, porque “las palabras -dice- acaban perfilando nuestra personalidad”.

Este objetivo de hacer un mejor uso del lenguaje y enseñar a hablar correctamente, con todo lo que ello significa de practicar el respeto a lo que dicen los demás, evitando la calumnia, la difamación y la frivolidad, era ya uno de los pasos del “Noble Óctuple Sendero” del Buda. Así pues, esta doble educación por el lenguaje y para la comunicación ha de comenzar en la familia y en la escuela, para ponerla en práctica, posteriormente, en todos los ambientes sociales. Sólo así podremos construir sociedades que vivan en la armonía y el respeto, y crear una convivencia pacífica. 

* Se permite  el uso y la difusión de este documento citando su procedencia. Reservado por derechos de autor
_______________

A la educación por la música:  "Serenata", de Schubert, para orquesta de cuerda. Esta inmortal serenata es una bella melodía, de una gran inspiración, y se caracteriza por su absoluta perfección del acabado, su gracia y su belleza, que deleitan siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario