jueves, 12 de marzo de 2020

La música de la conciencia (Diario de León)


La música de la conciencia
Diario de León
MIGUEL ÁNGEL CORDERO, PROFESOR12/03/20
«La vida, sin música, es un error», concluye Nietzsche en su visión musical del mundo, en su afirmación gozosamente dolorosa de la vida. Contra Schopenhauer, la alegría musical descubre la vida como alegría «porque sí», independientemente de cualquier objeción racional o experiencia negativa de la misma. La música da fe de la vida.
El arte de las musas (mousa) es arte del recuerdo. Mnemosyne, mujer de Zeus, simboliza el mítico poder del recuerdo, en lucha permanente contra el velo del olvido (léthe). Mnéme y léthe, en conflicto dramático, conducen a alétheia, o la verdad por desvelación: la música mantiene el esfuerzo por no caer en el deterioro de un mundo sumido en la niebla del olvido. Insignificante.
De entre las musas, Euterpe u Urania suelen simbolizar respectivamente la música instrumental , y la investigación matemática (máthema), pero todas las musas son música, como saberes del recuerdo de las raíces primordiales del cosmos, reflejadas en el alma, según la visión de Pitágoras y de Platón (nada que ver con la olvidadiza «música de sirenas», pasional y seductora).
Música y Matemática comparten el bello origen de un cosmos fruto del caos originario. Lo cerrado y lo abierto. Apolo y Dionisos, según Nietzsche, o, simplemente, las dos caras de Apolo, la del arco que mata y la de la lira que canta. No podría entenderse la vida sin la muerte. La armonía griega no es la pura placidez del orden aparente sino la tensión que hace posible el equilibrio inestable. La disonancia formaba parte, antes de su irrupción moderna, de la antigua belleza.
De ahí las llamadas por J. Hersch contradicciones de la música: que es deseo y plenitud, carencia y riqueza (como el eros platónico), tiempo medido de compases y, sin embargo, negación de la mera sucesión de notas, que, por contra, buscan una relación solidaria entre sí como duración unitaria dotada de sentido. Esa «miniatura de eternidad».
Ritmo biológico, pulsación de vida y aun de la cultura. Y frase melódica que el análisis no puede fragmentar. Armonía de ritmos y de líneas melódicas tramadas en acordes. Todo ello pivotando en la tónica que abre un mundo significativo. La música es el diafragma de la conciencia, que abre y cierra tristezas como alegrías y sensaciones como ideas. Inspiración y orden. Dice Ernest Ansermet: «La música no nació de los sonidos ni de los instrumentos sino de la conciencia musical que encontró la música en los sonidos y los instrumentos».
Dice Ernest Ansermet: "La música no nació de los sonidos ni de los instrumentos sino de la conciencia musical que encontró la música en los sonidos y los instrumentos"
Música incluso a nivel subatómico: sabemos que la «partícula» es tan sólo pulsación cuántica, vibración durativa, «melodía» vacilante, tendencialmente definible, pero inimaginable, salvo, acaso, en el simbólico lenguaje de la música.
El libro de Julio Ferreras Música, Conciencia y Vida (La música, un poder de transformación interior), de reciente aparición, pone el acento en la influencia decisiva de la música en el desarrollo emocional, intelectual y espiritual del ser humano, y se propone aproximar la música a quienes no se han familiarizado con ella, pensando especialmente en los jóvenes, e invitando a escucharla en el fondo de su propia conciencia. La música nos descubre nuestro propio misterio con mayor sutileza y alegría que cualquier otro arte o ciencia. Por momentos, llegamos a ser lo que somos. Éramos ya músicos.
Dividido en tres partes, cada una de las cuales se subdivide en siete capítulos, como los siete principios del Kybalion frecuentemente mencionados en el texto, que sugieren la estrecha conexión entre el orden musical y el ritmo cósmico, la primera, con el título del libro, se ocupa del lenguaje musical y su relación con otros lenguajes, de acuerdo con su capacidad perceptiva y afectiva de la riqueza de la vida. La segunda, titulada La música en la historia y el tiempo, aborda la evolución técnica y estética de sus grandes momentos, deteniéndose en uno de los más relevantes, como es el del contraste barroco entre el recogimiento de Bach y el esplendor de Händel. O también en el problemático significado de la música atonal contemporánea, lo cual plantea el estudio de la importancia del sentido en la música. Es de apreciar igualmente el estudio de la respectiva misión del creador, del intérprete (incluido su virtuosismo), y del crítico. Por último, la tercera, La música y la educación, considera dicho arte desde el lado del que escucha, valorando su enorme importancia en el desarrollo armónico de la personalidad (el autor conoce bien, por oficio, los dos ámbitos).
Es muy nutrido el número de citas de autores de las más diversas procedencias, con la generosa presencia de la música en todas ellas: las ciencias físicas y biológicas, las artes (incluidas las literarias), la psicología —especialmente la profunda—, la filosofía y, claro está, la musicología y aun las aportaciones de la interpretación musical.
Considero que el autor viene a colmar un vacío con su amplia presentación del mundo musical y su central importancia en la vida y en la educación. Sería muy deseable que pudiera ampliar su investigación, en otra ocasión, al estudio paralelo de la vivencia del tiempo histórico propia de cada corriente musical. Es indudable el enorme esfuerzo que ha supuesto esta entrañable invitación a entrar en un camino tan apasionante como insuficientemente atendido aún en nuestro entorno.


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