miércoles, 28 de marzo de 2012

Educar deleitando

Educar deleitando[1]  
(Julio Ferreras)

Dice Platón en la República: “No habrá, pues, que emplear la fuerza para la educación de los niños; muy al contrario, se deberá enseñarles jugando, para llegar también a conocer mejor las inclinaciones naturales de cada niño”. Esta cita de Platón (uno de los primeros pedagogos y educadores de la historia), de hace veinticinco siglos, nos recuerda el principio que defendemos en la Nueva Educación: Educar deleitando, que es la antítesis del principio defendido y practicado por la educación convencional: La letra con sangre entra. Estos dos principios educativos señalan dos visiones del mundo y de la vida completamente diferentes, que constituyen dos pedagogías igualmente diversas.
“Si la educación es un derecho, ¿por qué es tan dura como obligación?”, o “si aprender es interesante, ¿por qué hay tantas horas de aburrimiento?” Estas y otras preguntas semejantes, que encontramos en centros y lugares relacionados con la educación, expresan claramente la pedagogía dominante hoy día en el mundo de la educación convencional. Son la manifestación evidente del principio “la letra con sangre entra”, una pedagogía del absurdo, llena de contradicciones, dogmática y a la vez paternalista; que premia la cantidad y no la calidad, lo externo y aparente, no lo interno y real; en la que la autoridad siempre tiene razón, los derechos y el saber son exclusivos de los mayores, los menores sólo tienen obligaciones y son ignorantes; educa para la obediencia irracional y la sumisión, no para la libertad y la responsabilidad, etc. P. Freire, en “Pedagogía del oprimido”, define así esta educación: “El educador es quien sabe; los educandos, los que no saben; el educador es quien piensa, los educandos son los objetos pensados, etc.”
“¿Por qué nuestros colegios tienen la costumbre rutinaria de castigar y limitar a los jóvenes? Tal vez porque la escuela, tal como la conocemos, fue diseñada antes de que se tuviera la menor comprensión del cerebro humano, y para una sociedad que hace mucho tiempo que dejó de existir” [2], dice M. Ferguson.
Este sistema educativo ha sembrado de crueldad, de represión y de miedos el mundo de los niños, y cuyas consecuencias han sido, por un lado, el rechazo a ese sistema, y por otro, los trastornos emocionales y mentales generados en el mundo infantil. B. Russell, que estaba en contra del sistema educativo convencional, dedicó una buena parte de su vida, con su mujer Dora, a la educación de sus hijos, e insistió en la importancia de erradicar esas lacras de la niñez. “En casi todos los casos -dice- el miedo es la fuente psicológica de las doctrinas crueles; por eso he insistido tanto en extirpar el miedo de la niñez”, y termina así su libro “Sobre educación”: “Mil temores viejos obstruyen el camino hacia la dicha y la libertad. Pero el amor puede vencer al miedo, y si amamos a nuestros hijos, nada puede hacernos rechazar el gran don que está en nuestras manos conceder”.
“La letra con sangre entra” era el lema dominante en las escuelas a las que asistieron H. Hesse o C. G. Jung, entre otros muchos. Ambos recuerdan el miedo y el terror sufridos, durante la niñez, en algunas clases de las que fueron expulsados por inadaptación. Einstein se fugaba de clase y sus profesores pensaban que era un holgazán; quizás por eso, recuerda que la escuela utiliza fundamentalmente el miedo, la fuerza y la autoridad artificial. “Este tratamiento -dice- destruye los sentimientos sólidos, la sinceridad y la confianza del alumno en sí mismo. Crea un ser sumiso”.
El pedagogo libertario, Ferrer y Guardia, también se queja de la escuela de su niñez; por eso, dice: “Educar equivale a domar, adiestrar, domesticar. Para hacer las bases de la Escuela Moderna, no tengo más que hacer lo contrario de lo que viví en mi infancia”. En su obra defiende la ausencia de premios y castigos, así como de exámenes, todo se efectúa en beneficio del estudiante; las asignaturas se basan en la experiencia y la experimentación y se llevan a cabo dentro y fuera de la escuela. Ferrer y Guardia fue un pedagogo visionario que se adelantó casi un siglo a las corrientes actuales de la educación.
En cuanto al humanista y psicólogo, E. Fromm, habla de los métodos educativos hoy en uso que no permiten ejercer el pensamiento propio y original del niño, sino que le atiborran de hechos aislados e inconexos. Se trata de un aprendizaje puramente memorístico, teórico y pasivo, en que materias como Geografía, Historia o Literatura, se hacen generalmente tediosas y aburridas. En cambio, con una nueva pedagogía más activa y práctica, los viajes, los cuentos, las representaciones de teatro, los textos debidamente seleccionados, se convierten en materias agradables cuyo contenido deleita a niños y adolescentes.
En la pedagogía del antiguo lema, el niño, el alumno, el menor, es considerado siempre como un adulto pequeñito, por lo que la educación consiste en que aprenda lo antes posible los conocimientos de los mayores, y viva y se comporte como ellos. Lo cual obliga al niño, al menor, a sentirse frustrado como tal ser “inferior”, a no encontrarse a sí mismo, a renunciar a su libertad interior, a no sentirse responsable. ¿Cómo puede, pues, sorprendernos a los mayores que esos niños y esos adolescentes estén aburridos y decepcionados en las escuelas? ¿Cómo no van a fracasar en sus estudios? No les importa, a una mayoría de ellos, ni el fondo ni la forma de esta pedagogía, ni los contenidos ni los procedimientos ni los objetivos. ¿Cuándo, los mayores, tomarán nota de ello? La crisis educativa es lo suficientemente grave como para que todos los mayores (padres, educadores, administraciones educativas y medios de comunicación) reflexionen muy seriamente, porque su responsabilidad es enorme, y las consecuencias sociales, muy dolorosas.
Y, sin embargo, ¿es posible “educar deleitando”? Pregúntenselo a los educadores holísticos, a los alumnos de las escuelas Waldorf y Robert Muller, a los Colegios del Mundo Unidos (United World Colleges), o a otros muchos centros diversos en que se ha abandonado esa antigua pedagogía de “la letra con sangre entra” y se ha adoptado esa otra de “educar deleitando”. Evidentemente no se trata, en esta pedagogía, de caer en lo fácil y lo placentero, en hacer sin más lo que uno quiera (si este querer viene de nuestro yo inferior, es decir, de nuestros instintos y deseos más bajos). Muy al contrario, se trata de desarrollar las diversas facultades de la mente, y en este caso concreto, la voluntad, a la vez que se ha de comprender la importancia del esfuerzo personal y la necesidad de una disciplina racional, que -si bien no deleitan en un principio- llevan a un equilibrio de la personalidad. En efecto, sin un control de la propia voluntad, sin el esfuerzo personal y una disciplina que no sea impositiva e irracional, no hay libertad de decisión, sino más bien caprichos, antojos, ligerezas y fantasías.
Así pues, “educar deleitando” sólo tiene sentido cuando se educa para desarrollar todos los aspectos de la personalidad, cuando se trata de satisfacer las verdaderas necesidades del hombre, conforme a su propia naturaleza y con el fin de realizarse como tal ser humano, y no simplemente satisfacer sus caprichos y su irracionalidad. Es entonces, cuando “aprender es interesante y no un aburrimiento”, cuando el niño se divierte haciendo lo que siente y necesita en ese momento determinado, no lo que le ordenan desde el exterior al margen de él. Entonces, el niño toma conciencia de que aprender es divertido, porque es consciente de que lo que hace, le colma y le da felicidad. En cambio, la simple satisfacción de un capricho le hace aparentemente feliz por un momento, pero le lleva cada vez a más caprichos, y al final al hastío y el aburrimiento.
Y todo ello ha de realizarse con alegría y amor, porque -según Goethe- “alegría y amor son las dos alas para las grandes empresas”, y ¿hay mayor empresa que la educación de los niños? La alegría es la puerta por la que entra lo que viene del exterior y sale lo que hay en el interior; es la comunicación entre el niño y el mundo. La alegría está en la propia naturaleza, todo lo que viene al mundo manifiesta su alegría, sólo hace falta ver a los niños, los animalitos, las flores y las plantas, el agua de las fuentes. En cambio, a medida, que uno se adentra en el mundo de los mayores, se pierde generalmente esa alegría. Quizás tenga mucho que ver en ello la educación recibida. Por eso, se podría afirmar que, cuando vemos un niño triste es que el mundo que le rodea está enfermo.
Maslow relaciona la capacidad de disfrutar y vivir del niño con un desarrollo saludable. “Los niños que crecen saludablemente -dice-, no viven con la mirada puesta en objetivos remotos o en un futuro distante; se encuentran demasiado ocupados disfrutando y viviendo el presente de forma inmediata. Están viviendo, no preparándose para vivir”. Defiende Maslow que si al niño sano se le da realmente la posibilidad de elegir, escogerá la mayoría de las veces lo que es bueno para su desarrollo, y lo hará porque produce bienestar, placer y deleite. “Todo esto implica -dice Maslow- que él sabe mejor que nadie lo que le conviene”.
También R. Gallegos Nava defiende la idea de que los niños pueden aprender por sí mismos, y se opone a considerarlos “seres pasivos, deficientes y dependientes”, como en la educación mecanicista. Por todo lo cual, podemos afirmar que, cuando los procesos educativos son entendidos desde la nueva visión del mundo, desde una educación integral y holística, “el aprendizaje adquiere un gran sentido: es agradable y espontáneo, porque es una expresión natural de la alegría de vivir”, dice Gallegos Nava. Otro experto en sistemas educativos, Richard Gerver, piensa que la clave de una Nueva Educación está en devolver la pasión por la enseñanza a los profesores y en fomentar el placer del aprendizaje a los alumnos.
Lo cierto es que “educar deleitando” es posible, pero en un contexto social muy diferente, con una visión del mundo distinta, en que el conjunto de la humanidad, es decir, el hombre en sí mismo -y el niño, por supuesto- sean el centro de todas nuestras preocupaciones, sin olvidar que el hombre es un ser dual en esencia, formado de espíritu y materia. Este principio educativo y esta pedagogía llevan pronto a la pregunta ¿puede el ser humano ser feliz?
Según el principio “la letra con sangre entra”, parece que no; según “educar deleitando”, parece que sí, o al menos se aproxima más a la felicidad. Dejando de lado el difícil problema de la felicidad, el hombre que vive más de acuerdo a su propia naturaleza, que se conoce mejor a sí mismo, que se ha liberado de las trabas y los miedos que le aquejan, y se ha convertido en el dueño de su propia vida, que sabe diferenciar los medios y el fin (objetivos, todos ellos, de la Nueva Educación), tiene más posibilidades de acercarse a esa felicidad a la que tiende como algo dictado por su propia naturaleza, que aquel que hace de los medios un fin, que vive engañado y enajenado, guiado por los falsos dioses del poder político, económico o religioso, adonde lleva la educación convencional.
El niño -como el adolescente y el hombre en general- tiende, por su propia naturaleza, a aprender, desea superarse tanto en su aspecto físico como mental. ¿Cómo es, pues, posible que el aprender se convierta en una pesadilla, se rechace y se repudie? Todo depende de lo que entendamos por aprender y de cómo se presente ese aprendizaje. Ahí puede radicar la diferencia entre el rechazo o la aceptación. Hasta los manjares más deliciosos pueden convertirse en algo repelente en condiciones no adecuadas. Y no debe sorprender que la educación convencional, tal como se ha desarrollado, sea desdeñada y no ilusione ni deleite generalmente a los niños y adolescentes de hoy.
Todo ello es debido, en gran parte, a una falta de investigación educativa. En este campo parece que vivimos aún en las catacumbas. Se intenta educar en medio de un gran desconocimiento de lo que es el niño, de una falta de pedagogía y psicología escolares, sin el debido prestigio y consideración del educador y de su acción educativa. Y sin embargo, o precisamente por eso, una de las cosas más urgentes, en la sociedad de hoy, es aprender a educar deleitando.
Este principio y esta pedagogía han estado y están presentes en la vida y la obra de los grandes pedagogos y educadores. Según el método Montessori, el aprendizaje del niño debe ser una experiencia gozosa y recompensable, de forma que la iniciativa parta en lo posible de los propios niños. Uno de los principios de la educación Montessori es el interés: “El niño aprende mejor cuando está interesado en lo que está aprendiendo. Ayuda a la comprensión y la concentración”. Y B. Russel dice: “Antiguamente se creía que a los niños no les interesaba aprender y que sólo se decidían a estudiar atemorizándolos. Hoy se ha averiguado que la culpa no era de los niños, sino de los pedagogos”, y añade poco después: “El deseo espontáneo de aprender que todo niño normal posee, como lo demuestran al andar y al hablar, debiera ser la fuerza directriz educativa”, y afirma más adelante: “A los niños les gusta aprender cosas, siempre que sean convenientes y enseñadas adecuadamente”.
B. Russell trató la cuestión de hasta qué punto es posible hacer interesante toda la instrucción. Dice que, según el antiguo punto de vista, la mayor parte de la instrucción debía ser aburrida y que el único procedimiento para lograr que el promedio de los niños persistiera, era el de una enérgica autoridad, y que el promedio de las niñas estaba condenado a la ignorancia. El punto de vista moderno -señala- es que la instrucción puede hacerse agradable constantemente. Russell defiende que uno de los secretos para que la educación deje de ser un tormento y se convierta en una bendición, está en que el estudiante sea más bien activo que pasivo.
Este principio y esta pedagogía de “educar deleitando” están también presentes en diversas obras literarias, entre ellas “El Quijote”. Esta obra maestra de la humanidad ha sido considerada como un libro educativo, que divierte y enseña a niños y mayores. C. Brandariz, en “Cervantes descodificado”, escribe: “Posiblemente D. Quijote se proyecta como un romance en la línea del instruir deleitando, oído en los jesuitas de Monterrey”, y añade más adelante: “Inicialmente concebido -según le habían enseñado sus preceptores de niñez- como un relato para instruir deleitando acaba resultando una grandiosa amalgama de sus capacidades de observación, recreación, enmascaramiento…”.
El poeta, pedagogo y polifacético, R. Tagore, soñaba en crear una escuela en que enseñar fuera una diversión, porque pensaba que los niños nacen con una curiosidad natural que, guiada convenientemente, hace que la experiencia de aprender sea un placer. Por eso, Einstein dice: “He conocido niños que preferían la escuela a las vacaciones”. Y John Ruskin escribió: “La meta final de la verdadera educación es no sólo hacer que la gente haga lo que es correcto, sino que disfrute haciéndolo”.
La Pedagogía Waldorf, a la que hemos hecho referencia, sostiene: “En pedagogía existen tres vías posibles para motivar al niño ante el aprendizaje: el miedo, la ambición o el amor. En esta pedagogía se renuncia a las dos vías citadas en primer lugar, y se intenta despertar en el niño el amor a las cosas que ha de conocer. Los niños deben interesarse por las materias escolares y la escuela misma por amor, no a consecuencia de calificaciones o ventajas personales… No es la obligación externa, sino el entusiasmo por un tema lo que debe ser determinante para el aprendizaje”.
La neuróloga Levi-Montalcini se interesó también por la educación, en especial la del niño, y defiende la necesidad de revisar por completo los sistemas educativos y didácticos de la infancia, los cuales -dice- no deben adoctrinar al niño… sino incentivar sus facultades. Por su parte, el psiquiatra y psicólogo transpersonal, R. Assagioli, sostiene: “Los niños no deben ser nunca reprimidos o desanimados, jamás ridiculizados; no debe dárseles un nada, nada, por respuesta, porque deducen e intuyen mucho más de lo que creemos”.
Si bien es cierto que, en la Nueva Educación, han de cambiar -en buena medida- los programas y los contenidos de la educación convencional, es mucho más importante y necesario el cambio de metodología. El problema fundamental, dice Russell, es hacer que el trabajo sea interesante sin que sea demasiado fácil, y agrega: “El gran estímulo en la educación está en creer que la realización es posible. Los conocimientos que nos parecen aburridos son ineficaces, pero los que se asimilan con avidez se convierten en una posesión permanente”.




[1] Se permite  el uso y la difusión de este documento citando su procedencia. Reservado por derechos de autor


[2] Para Ferguson (autora de “La revolución del cerebro”) resulta incomprensible que los conocimientos sobre el cerebro hayan estado ausentes desde hace tanto tiempo del trabajo de curso en la mayoría de las facultades de educación. “Los descubrimientos -dice- sobre la especialización de los hemisferios cerebrales derecho e izquierdo, aun simplificándolos mucho, han ofrecido a la educación una nueva metáfora provocativa del aprendizaje”.

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