domingo, 2 de septiembre de 2012

La reforma del pensamiento y la educación en el siglo XXI.




La reforma del pensamiento y la educación en el siglo XXI (Edgar Morin*)

El reto más importante para el conocimiento, la educación y el pensamiento es el conflicto entre los problemas globales, interdependientes y mundiales, por una parte, y nuestra forma de conocer cada vez más fragmentada, inconexa y compartimentada, por el otro. Este problema, que se identificó en el siglo XX, se volverá más agudo en el siglo XXI y se tendrá que resolver.
LA INCAPACIDAD DEL PENSAMIENTO ACTUAL PARA CONCEBIR EL MUNDO A LA VEZ GLOBALMENTE Y EN LAS PARTES QUE LO CONSTITUYEN.
En un momento tan lejano como el siglo XVII, Blaise Pascal señaló un camino a seguir: “… Creo que es imposible conocer las partes si no conozco el conjunto, e imposible conocer el conjunto si no conozco las partes individuales.” En otras palabras, ni el conocimiento fragmentado ni la percepción globalista y holística nos permiten comprender algo. El conocimiento tiene que ir y volver entre la escala global y la local, teniendo en cuenta el efecto retroactivo de lo global sobre lo particular. El pensamiento, por consiguiente, debe ser capaz tanto de situar lo que es especial, particular y local en un contexto, como de hacer que lo global sea específico, es decir, poniendo en relación lo que es global con lo que es parcial.
Sin embargo, cuando se trata de lo global y del contexto somos doblemente ciegos. Por una parte, las actitudes etnocéntricas nos conducen a refugiarnos en las identidades individuales, nacionales o religiosas. Por otra, el pensamiento técnico y científico es una forma hiperespecializada de pensamiento a la que se le ha atrofiado la capacidad de comprender lo que es global. Desde luego yo comprendo que alguna gente no aspire a inventar una forma de pensar que pueda dar cuenta de la “complejidad insoportable del mundo actual”. Pero este modo de pensar nos sacaría de la ceguera y de la cortedad de miras que son características de nuestra actitud hacia el mundo.
Por ejemplo, estábamos acostumbrados a tener una ciencia humana extremadamente sofisticada llamada economía. Pero esta ciencia se ha mostrado incapaz de predecir los trastornos en el sistema económico, en concreto la crisis que ha golpeado el Sudeste asiático. La economía es tan hermética y cerrada sobre ella misma que ha descuidado las relaciones que solía mantener con el contexto social y humano. Incluso la Bolsa experimenta conductas irracionales como el pánico, un fenómeno que la economía es incapaz de explicar por ella misma.
POR UNA REFORMA DEL PENSAMIENTO Y LA EDUCACIÓN.
De este modo, la necesidad de una reforma del pensamiento me parece absolutamente clara. Y ésta es inseparable de la reforma de la educación. Hasta finales del siglo XVIII, las universidades europeas siguieron el modelo teológico medieval. La reforma que promovió Humboldt, y que se originó en Prusia, un país situado en un extremo de Europa, llevó al establecimiento de universidades divididas en departamentos que no se comunicaban entre sí. Éste es el tipo de universidad que necesita una reforma. Con este propósito en la cabeza, debemos recordar las cuatro metas fundamentales de la educación.
“Un cerebro bien formado más que un cerebro bien repleto”. El primer requisito lo expresó Montaigne en el siglo XVI. La educación no debería tender como meta la acumulación de conocimiento, sino que debería organizarlo alrededor de unas líneas estratégicas esenciales. El propósito no es reducir los fenómenos globales a sus partes elementales, sino más bien distinguir entre ellas y relacionarlas entre sí.
Los conceptos de sistemas y autoecoorganización hacen posible buscar las relaciones entre las partes y el conjunto y comprender lo que aparece, es decir, las nuevas cualidades que surgen de la entidad que se ha formado. Por ejemplo, la cultura aparece como la creación de la sociedad a partir de las relaciones entre las personas. Sin embargo, la cultura retroactúa sobre las personas que, de este modo, se desarrollan como individuos. El concepto de sistema nos proporciona, pues, una forma de organizar el conocimiento.
“Quiero enseñarle la condición humana”. La segunda meta de la educación la formuló Jean – Jacques Rousseau en “Émile”. Esta necesidad humanista está asumiendo una importancia singular en nuestro mundo actual cuando la humanidad en su conjunto tiene un destino común sujeto a idénticos problemas de vida y muerte. En este marco, se puede restablecer la relación entre conocimiento científico y el conocimiento que poseen las humanidades.
Tomemos en consideración el amplio agrupamiento interdisciplinar que se originó desde la década de 1960 en adelante y que sustituyó a las disciplinas estrictamente compartimentadas. Nos da el extenso perfil de una cosmología que, para poner un ejemplo, abarca el mundo físico en su conjunto sobre la base de las ciencias de la Tierra, tratando nuestro mundo como un sistema complejo. La ecología científica, por su parte, estudia la biosfera como una serie de interacciones entre los mundos vivo, físico y humano.
En otras palabras, estas nuevas disciplinas nos permiten situar la condición humana en el cosmos, tanto en el espacio como en el tiempo. Por ejemplo, nosotros estamos compuestos de átomos de carbón formados bajo un sol anterior a nosotros, y de moléculas y macromoléculas. Este hallazgo permite demostrar nuestra diferencia, en el hecho de que poseemos cultura, pensamiento y conciencia. Establece también nuestro lugar en el esquema cósmico de las cosas: nuestra Tierra ha dado a luz una vida que se divide en las ramificaciones animal, vegetal y microbiana, con el hombre que surge de los animales como una “subramificación de una ramificación”
La “aportación” de la ciencia a la cultura humana consiste entonces en situarnos en el cosmos. Las culturas tradicionales, además, vuelven a contar la necesaria historia de la nación y de su fundación, la historia del continente (Latinoamérica, Europa) y la historia del mundo, que va mucho más allá de la historia que empieza con Cristóbal Colón, Vasco de Gama y Magallanes. Las Américas están separadas del resto del mundo por un mero paréntesis histórico ya que América, poblada con oleadas de migrantes procedentes de Asia, es una diáspora de la humanidad. La historia universal empezó mucho antes de la separación de las Américas.
“Quiero enseñarte a vivir”. La literatura y la poesía también nos introducen a la condición humana, acabada con lugar y fecha. Ambas son útiles a la tercera meta de la educación formulada asimismo por Jean – Jacques Rousseau en “Émile”. Ciertamente el aprendizaje no tiene sólo que ver con el conocimiento, las técnicas y las formas de producción. Debe involucrar también a uno en las relaciones con los otros y consigo mismo.
La literatura, la poesía y este gran arte de nuestro siglo, el cine, son “escuelas de la vida”. Lejos de las ciencias puras despojadas de subjetividad, la literatura, la poesía y el cine nos muestran a la persona – al individuo que sufre, ama y odia – en el torbellino de las relaciones humanas. Los jóvenes aprenden a menudo, a través de la lectura de novelas, poemas y obras de filósofos y ensayistas, a identificar sus propias verdades de las cuales no eran conscientes. 

§  Edgar Morin es sociólogo, director emérito de investigación del CNRS, presidente de la Agencia Cultural Europea de la UNESCO y presidente de la Asociación para el Pensamiento Complejo. Entre sus obras publicadas están Science avec conscience ( 1990), The Nature of Nature (1992) y Homeland Earth: A Manifesto for the New Millenium (1998).
E. Morin señala que el gran incremento en el volumen de conocimientos que la humanidad ha generado en los últimos años, no nos ha ayudado a lograr el bienestar humano, pues en el siglo veinte ha habido más guerras que en ningún otro período de la historia. Morin invita a huir de ese pensamiento simplificador, heredado de Descartes, y que Morin llama paradigma de disyunción (porque separa elementos que están ligados entre ellos y los desune de su entorno y de quien los observa o concibe). Postula un renacimiento del espíritu, pero de una naturaleza diferente al dogma de la iglesias  tradicionales. Propone un evangelio de la fraternidad, como una cultura que debe ser construida por el hombre del s. XXI

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