¿LA EDUCACION NECESITA REALMENTE DE LA NEUROCIENCIA?
Al
examinar tantos testimonios de profesionales de la educación que están en
permanente contacto con el mundo neurocientífico sobre las bondades y
limitaciones de la investigación del cerebro, sobre la teoría del aprendizaje
compatible con el cerebro, sobre sus implicaciones y aplicaciones en la sala de
clases y en la escuela, cabe preguntarse: ¿la educación necesita realmente de
la Neurociencia? Estamos seguros de que, después de la lectura atenta de este
artículo, usted dirá rotundamente que sí.
¿Podemos
continuar haciendo lo que hacemos cuando se sabe fehacientemente que el sistema
actual escolar es abiertamente atentatorio contra el cerebro? ¿Podemos seguir priorizando
en el currículo escolar el contenido, tratando de llenar los cerebros de
nuestros alumnos con información (input) y obtener el correspondiente output en
los tests o pruebas, cuando se sabe que la información prolifera a un ritmo
geométrico y que sería necesario que los estudiantes estuvieran cuarenta años
en la escuela para adquirir el "conocimiento esencial" necesario?
No
podemos seguir como estamos; si queremos, los profesores, ser realmente
profesionales de la educación, tenemos que actuar como tales. Y eso requiere
que adquiramos una buena base de información científica sobre el cerebro, sobre
cómo aprende el cerebro. En cada escuela, en cada departamento provincial de
educación, debería existir un núcleo de profesores de ciencias naturales, de
humanidades, de artes, etc., que trabajaran de consuno en procura de conocer
más y profundizar más en la teoría del aprendizaje compatible con el cerebro.
Cosa
curiosa, los programas de desarrollo profesional y de capacitación de las
empresas y de la industria van varios años delante de las escuelas y de los
liceos en la promoción de técnicas de aprendizaje acelerado o favorable al
cerebro para diferentes tipos de aprendices. Ha llegado, pues, el momento para
que las escuelas, las instituciones formadoras de profesionales de la educación
y las diversas estructuras educacionales del Estado se pongan de acuerdo para
hacer del uso de la información de la investigación del cerebro la prioridad
principal y más dinámica.
Una
manera concreta de llevar esa aspiración a la práctica es que en cada escuela
los profesores y el cuerpo directivo hagan investigación-acción sobre las
aplicaciones de los resultados y los avances en Neurociencia al proceso de
aprendizaje y enseñanza. Sólo la investigación-acción, dice Jensen
(1998), hecha por usted o por otros colegas, confirmará que la idea que
usted leyó en una revista de educación o que aprendió en un curso-taller sobre
Neurociencia y Educación, resulta para más de alguien, en muchas partes,
reflejando una alta confiabilidad en el método. Sousa
(2001), hablando de las ventajas de la investigación-acción, afirma que la
investigación-acción le permite al profesor y al cuerpo de profesores recoger
datos para determinar la efectividad de las nuevas estrategias sugeridas
compatibles con el cerebro; le permite, además, acrecentar su propio desarrollo
profesional; le proporciona al profesor una consistente retroalimentación para
su autoevaluación, introduce formas alternativas para evaluar al estudiante, y
sus resultados pueden llevar a importantes cambios en el currículo.
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