La reforma del pensamiento y la educación en el siglo XXI (Edgar Morin*)
El reto más importante para el conocimiento, la educación y el pensamiento es el conflicto entre los problemas globales, interdependientes y mundiales, por una parte, y nuestra forma de conocer cada vez más fragmentada, inconexa y compartimentada, por el otro. Este problema, que se identificó en el siglo XX, se volverá más agudo en el siglo XXI y se tendrá que resolver.
LA
INCAPACIDAD DEL PENSAMIENTO ACTUAL PARA CONCEBIR EL MUNDO A LA VEZ GLOBALMENTE
Y EN LAS PARTES QUE LO CONSTITUYEN.
En
un momento tan lejano como el siglo XVII, Blaise Pascal señaló un camino a
seguir: “… Creo que es imposible conocer las partes si no conozco el conjunto,
e imposible conocer el conjunto si no conozco las partes individuales.” En
otras palabras, ni el conocimiento fragmentado ni la percepción globalista y
holística nos permiten comprender algo. El conocimiento tiene que ir y volver
entre la escala global y la local, teniendo en cuenta el efecto retroactivo de
lo global sobre lo particular. El pensamiento, por consiguiente, debe ser capaz
tanto de situar lo que es especial, particular y local en un contexto, como de
hacer que lo global sea específico, es decir, poniendo en relación lo que es
global con lo que es parcial.
Sin
embargo, cuando se trata de lo global y del contexto somos doblemente ciegos.
Por una parte, las actitudes etnocéntricas nos conducen a refugiarnos en las
identidades individuales, nacionales o religiosas. Por otra, el pensamiento
técnico y científico es una forma hiperespecializada de pensamiento a la que se
le ha atrofiado la capacidad de comprender lo que es global. Desde luego yo
comprendo que alguna gente no aspire a inventar una forma de pensar que pueda
dar cuenta de la “complejidad insoportable del mundo actual”. Pero este modo de
pensar nos sacaría de la ceguera y de la cortedad de miras que son
características de nuestra actitud hacia el mundo.
Por
ejemplo, estábamos acostumbrados a tener una ciencia humana extremadamente
sofisticada llamada economía. Pero esta ciencia se ha mostrado incapaz de
predecir los trastornos en el sistema económico, en concreto la crisis que ha golpeado
el Sudeste asiático. La economía es tan hermética y cerrada sobre ella misma
que ha descuidado las relaciones que solía mantener con el contexto social y
humano. Incluso la Bolsa experimenta conductas irracionales como el pánico, un
fenómeno que la economía es incapaz de explicar por ella misma.
POR
UNA REFORMA DEL PENSAMIENTO Y LA EDUCACIÓN.
De
este modo, la necesidad de una reforma del pensamiento me parece absolutamente
clara. Y ésta es inseparable de la reforma de la educación. Hasta finales del
siglo XVIII, las universidades europeas siguieron el modelo teológico medieval.
La reforma que promovió Humboldt, y que se originó en Prusia, un país situado
en un extremo de Europa, llevó al establecimiento de universidades divididas en
departamentos que no se comunicaban entre sí. Éste es el tipo de universidad
que necesita una reforma. Con este propósito en la cabeza, debemos recordar las
cuatro metas fundamentales de la educación.
“Un
cerebro bien formado más que un cerebro bien repleto”. El primer requisito lo
expresó Montaigne en el siglo XVI. La educación no debería tender como meta la
acumulación de conocimiento, sino que debería organizarlo alrededor de unas
líneas estratégicas esenciales. El propósito no es reducir los fenómenos
globales a sus partes elementales, sino más bien distinguir entre ellas y
relacionarlas entre sí.
Los
conceptos de sistemas y autoecoorganización hacen posible buscar las relaciones
entre las partes y el conjunto y comprender lo que aparece, es decir, las
nuevas cualidades que surgen de la entidad que se ha formado. Por ejemplo, la
cultura aparece como la creación de la sociedad a partir de las relaciones
entre las personas. Sin embargo, la cultura retroactúa sobre las personas que,
de este modo, se desarrollan como individuos. El concepto de sistema nos
proporciona, pues, una forma de organizar el conocimiento.
“Quiero
enseñarle la condición humana”. La segunda meta de la educación la formuló Jean
– Jacques Rousseau en “Émile”. Esta necesidad humanista está asumiendo una
importancia singular en nuestro mundo actual cuando la humanidad en su conjunto
tiene un destino común sujeto a idénticos problemas de vida y muerte. En este
marco, se puede restablecer la relación entre conocimiento científico y el
conocimiento que poseen las humanidades.
Tomemos
en consideración el amplio agrupamiento interdisciplinar que se originó desde
la década de 1960 en adelante y que sustituyó a las disciplinas estrictamente
compartimentadas. Nos da el extenso perfil de una cosmología que, para poner un
ejemplo, abarca el mundo físico en su conjunto sobre la base de las ciencias de
la Tierra, tratando nuestro mundo como un sistema complejo. La ecología
científica, por su parte, estudia la biosfera como una serie de interacciones
entre los mundos vivo, físico y humano.
En
otras palabras, estas nuevas disciplinas nos permiten situar la condición
humana en el cosmos, tanto en el espacio como en el tiempo. Por ejemplo,
nosotros estamos compuestos de átomos de carbón formados bajo un sol anterior a
nosotros, y de moléculas y macromoléculas. Este hallazgo permite demostrar
nuestra diferencia, en el hecho de que poseemos cultura, pensamiento y
conciencia. Establece también nuestro lugar en el esquema cósmico de las cosas:
nuestra Tierra ha dado a luz una vida que se divide en las ramificaciones
animal, vegetal y microbiana, con el hombre que surge de los animales como una
“subramificación de una ramificación”
La
“aportación” de la ciencia a la cultura humana consiste entonces en situarnos
en el cosmos. Las culturas tradicionales, además, vuelven a contar la necesaria
historia de la nación y de su fundación, la historia del continente
(Latinoamérica, Europa) y la historia del mundo, que va mucho más allá de la
historia que empieza con Cristóbal Colón, Vasco de Gama y Magallanes. Las
Américas están separadas del resto del mundo por un mero paréntesis histórico
ya que América, poblada con oleadas de migrantes procedentes de Asia, es una
diáspora de la humanidad. La historia universal empezó mucho antes de la
separación de las Américas.
“Quiero
enseñarte a vivir”. La literatura y la poesía también nos introducen a la
condición humana, acabada con lugar y fecha. Ambas son útiles a la tercera meta
de la educación formulada asimismo por Jean – Jacques Rousseau en “Émile”.
Ciertamente el aprendizaje no tiene sólo que ver con el conocimiento, las
técnicas y las formas de producción. Debe involucrar también a uno en las
relaciones con los otros y consigo mismo.
La
literatura, la poesía y este gran arte de nuestro siglo, el cine, son “escuelas
de la vida”. Lejos de las ciencias puras despojadas de subjetividad, la
literatura, la poesía y el cine nos muestran a la persona – al individuo que
sufre, ama y odia – en el torbellino de las relaciones humanas. Los jóvenes
aprenden a menudo, a través de la lectura de novelas, poemas y obras de filósofos
y ensayistas, a identificar sus propias verdades de las cuales no eran
conscientes.
§ Edgar Morin es sociólogo, director emérito de investigación del CNRS, presidente de la Agencia Cultural Europea de la UNESCO y presidente de la Asociación para el Pensamiento Complejo. Entre sus obras publicadas están Science avec conscience ( 1990), The Nature of Nature (1992) y Homeland Earth: A Manifesto for the New Millenium (1998).
§ Edgar Morin es sociólogo, director emérito de investigación del CNRS, presidente de la Agencia Cultural Europea de la UNESCO y presidente de la Asociación para el Pensamiento Complejo. Entre sus obras publicadas están Science avec conscience ( 1990), The Nature of Nature (1992) y Homeland Earth: A Manifesto for the New Millenium (1998).
E. Morin señala que el gran incremento en el volumen de conocimientos que la humanidad ha generado
en los últimos años, no nos ha ayudado a lograr el bienestar humano, pues en el
siglo veinte ha habido más guerras que en ningún otro período de la historia. Morin
invita a huir de ese pensamiento simplificador, heredado de Descartes, y que
Morin llama paradigma de disyunción (porque separa elementos que están
ligados entre ellos y los desune de su entorno y de quien los observa o
concibe). Postula un renacimiento del espíritu, pero de una naturaleza diferente
al dogma de la iglesias tradicionales.
Propone un evangelio de la fraternidad, como una cultura que debe ser
construida por el hombre del s. XXI
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