viernes, 14 de septiembre de 2012

La Nueva Educación y los benefactores de la humanidad



La Nueva Educación y los benefactores de la humanidad

Son muchos los seres humanos que, a lo largo de la historia, han entregado toda o parte de su vida a ser útiles a la humanidad, dando lo mejor de sí mismos con el fin de avanzar hacia la unidad de todos los pueblos como miembros de una sola raza, la raza humana. Son muchos también los que, debido a su proyección y a su compromiso social y político, han ejercido una gran influencia sobre la humanidad en los últimos siglos. Son los llamamos “benefactores” (los que hacen el bien). Probablemente la primera característica de estas personas es el haber despertado al sentimiento de compasión y piedad, lo primero que une a unos seres humanos con otros al considerarse miembros de una humanidad común, de una misma condición humana. Dice el Dalai Lama sobre esta virtud: “Si deseas la felicidad de los demás, sé compasivo. Si deseas tu propia felicidad, sé compasivo”, y B. Russell dice que una de sus tres pasiones fue “la insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad”.

Los grandes benefactores de la humanidad están diseminados a lo largo de la historia. No hay que olvidar que los frutos se recogen bastante más tarde de haber depositado las semillas, y algunos sólo se recogen después de siglos. Así, los frutos de la fraternidad y la solidaridad humana que -con tanta fuerza- están surgiendo, sobre todo después de la segunda guerra mundial, son debidos a la simiente depositada por tantos seres humanos que creyeron en el desarrollo de las potencialidades del hombre, capaces de generar un mundo de unidad y de bienestar para todos. Muchos de ellos dieron sus vidas para depositar esas semillas.

 Los encontramos en todos las campos de la actividad humana, en todas las profesiones. Unos son más conocidos y otros menos, y los hay poco o nada conocidos; pero todos ellos, o la inmensa mayoría, permanecen, hoy en nuestro mundo, injustamente olvidados e incluso desconocidos para la gran masa de ciudadanos. E. Fromm habla de esos grandes hombres que “trajeron a la luz algo que puede calificarse de universalmente humano y que no se identifica con lo que una sociedad particular supone que es la naturaleza humana. Siempre ha habido hombres que fueron lo bastante audaces e imaginativos para ver más allá de las fronteras de su propia existencia social”. Y Einstein también habla de “todos los que han sobresalido moral e intelectualmente, por encima de las limitaciones de su época y de su país”, y dice que han sido reconocidos por todos como “maestros”.

No es posible citarlos a todos por su nombre, debido a su número y a la dificultad de la elección, pero tampoco es preciso, ya que la característica del verdadero benefactor es hacer el bien sin esperar nada a cambio, ni siquiera que le nombren. Su simiente, por el contrario, permanece en el inconsciente colectivo de la humanidad.

La Nueva Educación, que considera el ejemplo como uno de los elementos esenciales de toda educación, no puede olvidar, como lo hace habitualmente la educación convencional, a esos grandes seres humanos -hombres y mujeres- que se han destacado por su trabajo, su entrega y su sacrificio en favor de la humanidad. Bien es sabido cuáles son los modelos que tratan de imitar los niños y los jóvenes de hoy: aquellos famosos que ven en la televisión y que se enriquecen fácilmente. Esta es una prueba evidente de la desorientación que sufre la educación convencional, y en consecuencia, los niños y los jóvenes. Por eso, incluso aquellos benefactores que son más o menos conocidos, no son habituales ni en los centros educativos ni en los diversos medios de comunicación; en una palabra, la sociedad actual los ignora o los margina.

La Nueva Educación, en sus diversas actividades educativas, ha de tener siempre presentes a estos benefactores de la humanidad, como modelos a imitar en sus vidas y en las diferentes profesiones que desarrollaron.

Los ha habido en todos los campos de la vida humana: la ciencia, las artes, la religión, la filosofía, la política, la literatura, etc. Queremos recordar aquí algunos de los más conocidos del pasado no lejano: A. Lincoln, F. Roosevelt, A. Nobel, A. Fleming, Gandhi, Madre Teresa, Martin Luther King, Albert Schweitzer, Einstein, Juan XXIII, Vicente Ferrer, abate Pierre, etc., etc.

A los conocidos que aún viven, pero insuficientemente recordados: Mandela, Oscar Arias, Robert Muller, M. Gorvachev, Dalai Lama, A. Pérez Esquivel, Aung San Suu Kyi, R. Menchú, etc.

Y en especial, queremos traer a la memoria, hoy, dos personajes desconocidos que tienen mucho en común. Uno llamado “el ángel de Budapest”, ya desaparecido, y la otra, “el ángel de Burundi”, vive aún.

Ángel Sanz Briz, “el ángel de Budapest”, encargado de negocios de la embajada de España, en Budapest, que salvó a más de cinco mil judíos de la deportación y de una muerte segura, ofreciéndoles salvoconductos y pasaportes como españoles, primero a los judíos de origen sefardí, y luego a todo judío perseguido. Murió en 1980, como embajador ante el Vaticano.


 Marguerite Barankitse, “el ángel de Burundi” y considerada como una nueva madre Teresa. Consiguió salvar a miles de personas, tanto de etnia hutu como tutsi, durante la guerra civil que sufrió el país en 1994. Cuenta cómo su obra humanitaria comenzó cuando se refugió junto a varios niños hutus y tutsis, y otras familias hutus en la casa del obispo Ruygi. Entonces la casa fue atacada por los tutsis y los refugiados fueron asesinados delante de ella. Eran amigos suyos. A ella la dejaron con vida porque era tutsi, pero la golpearon violentamente por traidora. Cuando los asaltantes iban a asesinar a los cerca de 25 niños que había en la casa, Marguerite les ofreció todo su dinero para que los dejaran con vida, y ellos aceptaron.
Así comenzó una obra que hoy se llama “Casa Shalom”, y en la que el “ángel de Burundi” ha acogido en estos años a cerca de 10.000 niños. Hoy muchos de ellos están casados y son médicos, economistas, enfermeros, y siguen colaborando con la misión.
Baranksite ha recibido varios premios internacionales, entre ellos el “Prix des Droits de l’Homme” del Gobierno francés, el “Prix Shalom” en Alemania, el premio Internacional para los Refugiados de la ONU, y el doctorado “honoris causa” por la Universidad de Lovaina.


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