La
Nueva Educación y los benefactores de la humanidad
Son muchos los seres humanos que, a lo largo de la
historia, han entregado toda o parte de su vida a ser útiles a la humanidad,
dando lo mejor de sí mismos con el fin de avanzar hacia la unidad de todos los
pueblos como miembros de una sola raza, la raza humana. Son muchos también los
que, debido a su proyección y a su compromiso social y político, han ejercido
una gran influencia sobre la humanidad en los últimos siglos. Son los llamamos
“benefactores” (los que hacen el
bien). Probablemente la primera característica de estas personas es el haber
despertado al sentimiento de compasión y piedad, lo primero que une a unos
seres humanos con otros al considerarse miembros de una humanidad común, de una
misma condición humana. Dice el Dalai Lama sobre esta virtud: “Si deseas la
felicidad de los demás, sé compasivo. Si deseas tu propia felicidad, sé
compasivo”, y B. Russell dice que una de sus tres pasiones fue “la insoportable
piedad por los sufrimientos de la humanidad”.
Los grandes benefactores de la humanidad están
diseminados a lo largo de la historia. No hay que olvidar que los frutos se
recogen bastante más tarde de haber depositado las semillas, y algunos sólo se
recogen después de siglos. Así, los frutos de la fraternidad y la solidaridad
humana que -con tanta fuerza- están surgiendo, sobre todo después de la segunda
guerra mundial, son debidos a la simiente depositada por tantos seres humanos
que creyeron en el desarrollo de las potencialidades del hombre, capaces de
generar un mundo de unidad y de bienestar para todos. Muchos de ellos dieron
sus vidas para depositar esas semillas.
Los encontramos
en todos las campos de la actividad humana, en todas las profesiones. Unos son
más conocidos y otros menos, y los hay poco o nada conocidos; pero todos ellos,
o la inmensa mayoría, permanecen, hoy en nuestro mundo, injustamente olvidados
e incluso desconocidos para la gran masa de ciudadanos. E. Fromm habla de esos
grandes hombres que “trajeron a la luz algo que puede calificarse de
universalmente humano y que no se identifica con lo que una sociedad particular
supone que es la naturaleza humana. Siempre ha habido hombres que fueron lo
bastante audaces e imaginativos para ver más allá de las fronteras de su propia
existencia social”. Y Einstein también habla de “todos los que han sobresalido
moral e intelectualmente, por encima de las limitaciones de su época y de su
país”, y dice que han sido reconocidos por todos como “maestros”.
No es posible citarlos a todos por su nombre, debido a
su número y a la dificultad de la elección, pero tampoco es preciso, ya que la característica
del verdadero benefactor es hacer el bien sin esperar nada a cambio, ni
siquiera que le nombren. Su simiente, por el contrario, permanece en el
inconsciente colectivo de la humanidad.
La Nueva Educación, que considera el ejemplo como uno
de los elementos esenciales de toda educación, no puede olvidar, como lo hace
habitualmente la educación convencional, a esos grandes seres humanos -hombres
y mujeres- que se han destacado por su trabajo, su entrega y su sacrificio en
favor de la humanidad. Bien es sabido cuáles son los modelos que tratan de
imitar los niños y los jóvenes de hoy: aquellos famosos que ven en la
televisión y que se enriquecen fácilmente. Esta es una prueba evidente de la
desorientación que sufre la educación convencional, y en consecuencia, los
niños y los jóvenes. Por eso, incluso aquellos benefactores que son más o menos
conocidos, no son habituales ni en los centros educativos ni en los diversos
medios de comunicación; en una palabra, la sociedad actual los ignora o los margina.
La Nueva Educación, en sus diversas actividades
educativas, ha de tener siempre presentes a estos benefactores de la humanidad,
como modelos a imitar en sus vidas y en las diferentes profesiones que
desarrollaron.
Los ha habido en todos los campos de la vida humana:
la ciencia, las artes, la religión, la filosofía, la política, la literatura,
etc. Queremos recordar aquí algunos de los más conocidos del pasado no lejano: A.
Lincoln, F. Roosevelt, A. Nobel, A. Fleming, Gandhi, Madre Teresa, Martin
Luther King, Albert Schweitzer, Einstein, Juan XXIII, Vicente Ferrer, abate
Pierre, etc., etc.
A los conocidos que aún viven, pero insuficientemente
recordados: Mandela, Oscar Arias, Robert Muller, M. Gorvachev, Dalai Lama, A.
Pérez Esquivel, Aung San Suu Kyi, R. Menchú, etc.
Y en especial, queremos traer a la memoria, hoy, dos
personajes desconocidos que tienen mucho en común. Uno llamado “el ángel de
Budapest”, ya desaparecido, y la otra, “el ángel de Burundi”, vive aún.
Ángel
Sanz Briz, “el ángel de
Budapest”, encargado de negocios de la embajada de España, en Budapest, que
salvó a más de cinco mil judíos de la deportación y de una muerte segura,
ofreciéndoles salvoconductos y pasaportes como españoles, primero a los judíos
de origen sefardí, y luego a todo judío perseguido. Murió en 1980, como
embajador ante el Vaticano.
Marguerite
Barankitse, “el ángel de
Burundi” y considerada como una nueva madre Teresa. Consiguió salvar a miles de
personas, tanto de etnia hutu como tutsi, durante la guerra civil que sufrió el
país en 1994. Cuenta cómo su obra humanitaria comenzó cuando se refugió junto a
varios niños hutus y tutsis, y otras familias hutus en la casa del obispo
Ruygi. Entonces la casa fue atacada por los tutsis y los refugiados fueron asesinados
delante de ella. Eran amigos suyos. A ella la dejaron con vida porque era
tutsi, pero la golpearon violentamente por traidora. Cuando
los asaltantes iban a asesinar a los cerca de 25 niños que había en la casa,
Marguerite les ofreció todo su dinero para que los dejaran con vida, y ellos
aceptaron.
Así comenzó una obra
que hoy se llama “Casa Shalom”, y en la que el “ángel de Burundi” ha
acogido en estos años a cerca de 10.000 niños. Hoy muchos de ellos están
casados y son médicos, economistas, enfermeros, y siguen colaborando con la
misión.
Baranksite ha recibido
varios premios internacionales, entre ellos el “Prix des Droits de l’Homme”
del Gobierno francés, el “Prix Shalom” en Alemania, el premio
Internacional para los Refugiados de la ONU, y el doctorado “honoris causa” por
la Universidad de Lovaina.
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