JOSÉ
ORTEGA Y GASSET (1883-1955)
Juan Escámez Sánchez
Juan Escámez Sánchez
Ortega y Gasset, como pedagogo y educador, ya defendía -según Escámez-
la necesidad de “educar
a los niños no como adultos sino como niños; no desde un ideal de hombre
ejemplar, sino desde una pauta de puerilidad”. Ortega -dice Escámez- critica
que juzguemos a los niños desde nuestras categorías de adultos, suponiendo que
están sumergidos en el mismo medio vital que nosotros. Esta idea está muy
presente en las escuelas de educación más avanzadas en la actualidad, y en este
blog defendemos que, en la Nueva Educación, es el educador el que ha de
acercarse al niño, no el niño al educador.
1.-El problema
de España es un problema educativo
… Sobre la sistematicidad de la filosofía de Ortega, en dispersión
temática y cualidades literarias, ya se han pronunciado personas competentes en
los diversos campos del saber. En este perfil nos circunscribiremos al
tratamiento de aquellas cuestiones que nos conduzcan a la comprensión de un
aspecto orteguiano, a mi juicio importante y poco tratado; me refiero a la
dimensión de Ortega como educador. Aunque él consideraba su vocación el cultivo
del pensamiento, que para él no podía ser más que filosófico, la gran pasión de
Ortega fue la educación del pueblo español. Como ha demostrado Cerezo, el motor
del pensamiento de Ortega no es otro que su meditación continuada e intensa
sobre el problema de España, por lo que su evolución intelectual no puede
aislarse de tal preocupación. Desde esa clave es necesario interpretar sus
actividades políticas, culturales y filosóficas. Tales actividades son
proyectos de reforma sociopolítica del país, aunque orientados a distintos
niveles y ámbitos de la realidad social. Ortega era, ante todo y sobre todo, un
pedagogo de ámbito nacional, que buscaba la reforma y transformación de España;
a ese fin todos los medios podían y debían ser usados: periódicos, revistas,
libros, cátedra, política, etc. La transformación del país es concebida por el
joven Ortega como el proceso mediante el cual España se incorpora a la cultura
europea. Así queda marcada la que él considera su vocación pública como
intelectual, su destino de educador, casi de reformador social: empeñarse en
poner a España a la altura cultural de Europa. La diversidad de planteamientos
que, sobre la cultura, desarrolla Ortega, en conexión con el problema de
España, nos servirá de guía para interpretar la evolución de su pensamiento, en
el aspecto filosófico a la vez que en el pedagógico. ¿En qué forma desarrolló
Ortega su función de educador? Como él repite constantemente, al hilo de las
circunstancias.
… A la educación impartida por los jesuitas reprocha
su estilo y contenido negativista, su intolerancia y, sobre todo, sus limitados
conocimientos y su incompetencia intelectual. Asimismo, las experiencias
universitarias de Ortega en Madrid fueron decepcionantes, y a las enseñanzas
recibidas las califica como expresión de lo chabacano. Con fundamento o sin él,
el panorama que Ortega describe sobre la educación recibida es negativo. Además
de las circunstancias familiares y escolares, no puede comprenderse la función
educadora de Ortega sin considerar la especial situación anímica de la sociedad
española en esos momentos, ya que se siente a sí mismo como parte de una
generación, “que nació a la atención reflexiva en la terrible fecha de 1898, y
desde entonces no ha presenciado en torno suyo, no ya un día de gloria ni de
plenitud, pero ni siquiera una hora de suficiencia”.
…En el proceso para
alcanzar esa transformación cultural es donde Ortega sitúa a la educación.
Destaca que lo que los latinos llamaban eductio o educatio era la acción de
sacar una cosa de otra, o la acción de convertir una cosa menos buena en otra
mejor. Aunque no se detiene en precisiones terminológicas, nos aporta un
concepto de educación que parece tener su raíz en educatio y que en nuestros
días es básicamente aceptado; entiende por educación el conjunto de actos
humanos que tienden a transformar la realidad dada en el sentido de un ideal.
Establecido el significado del concepto de educación, Ortega se plantea
determinar las funciones de la pedagogía, como ciencia de la educación, y
claramente le atribuye dos: la primera es la determinación científica del
ideal, del fin de la educación; y la segunda función, que es esencial, consiste
en hallar los medios intelectuales, morales y estéticos mediante los cuales se
logre polarizar al educando en dirección de aquel ideal. Puesto que por la
educación tenemos que transformar al hombre real, al que “es”, en el sentido
del ideal, el que “debe ser”, la primera tarea consiste en responder a la
siguiente pregunta: ¿cuál es el ideal de hombre que constituye el fin de la
educación y que exige el empleo de determinados medios? Ese es el interrogante
central de su conferencia. El hombre, responde, no es un mero organismo
biológico; lo biológico es sólo un pretexto para que exista el hombre. El
hombre es tal en cuanto productor de hechos según formas ideales; en cuanto
productor de la matemática, del arte, de la moral, del derecho; el hombre es
tal en cuanto productor de cultura. En su búsqueda de determinar el fin de la
educación, del ideal-hombre, Ortega afirma, además, que el verdadero hombre no
es el ser individual, aislado de los demás. Distingue en cada hombre un “yo”
empírico con sus caprichos, amores, odios y apetitos propios, singulares; y un
“yo” que piensa la verdad común a todos, la bondad general, la universal
belleza, es decir, distingue un “yo” empírico de un “yo” creador de cultura que
es un yo genérico. Ciencia, moral, arte, etc., son los hechos específicamente
humanos y, por lo tanto, se es verdaderamente humano en cuanto se participa en
la ciencia, en la moral y en el arte de una comunidad. El ideal de hombre, meta
de la educación, es el hombre productor de cultura, y productor de cultura con
los demás. Si así es el ideal de hombre, la educación tiene que dirigirse no al
yo empírico, en donde radica lo singular, sino al yo genérico que siente,
piensa y quiere según aquellas formas ideales. Como consecuencia de todo lo
anterior, la educación tiene que ser el proceso por el que lo biológico o
natural del hombre se conforme al reino de las formas ideales, y así actúe de
acuerdo a la normatividad derivada de ellas. En esta primera etapa, ante el
binomio cultura-vida, el pensamiento educativo de Ortega, influido por sus
docentes neokantianos, se inclina claramente de parte de la cultura. Sin
embargo, nuestro pensador tiene una fuerte personalidad intelectual y unos
intereses sociopolíticos que difícilmente se compatibilizan con el formalismo
de sus maestros de Marburgo, por lo que, a mi juicio, ofrece ciertas
peculiaridades dignas de consideración. La primera es la visión histórica que
aporta del hombre junto a su conceptualización como ser social. En efecto,
cuando está exponiendo la característica social del hombre para señalar que, en
la relación educativa, el pedagogo se halla frente a un tejido social, no frente
a un individuo, nos dice: “en el presente se condensa el pasado íntegro; nada
de lo que fue se ha perdido; si las venas de los que murieron están vacías, es
porque su sangre ha venido a fluir por el cauce joven de nuestras venas”.
Ortega
no sólo realiza una sugerente exposición de dos funciones básicas de esa vida
primigenia, el deseo y los sentimientos, sino que también procura señalar procedimientos
para la educación de esa vida esencial. Así, para potenciar su impulso vital,
el niño ha de ser envuelto en una atmósfera de sentimientos audaces y
magnánimos, ambiciosos y entusiastas. Un medio pedagógico de importancia es
presentarle, más que hechos, mitos; el mito, según Ortega, suscita en nosotros
las corrientes inducidas de los sentimientos que nutren el pulso vital,
mantienen a flote nuestro afán de vivir y aumentan la tensión de los más
profundos resortes biológicos. Otro procedimiento al que presta especial
atención es al de educar a los niños no como adultos sino como niños; no desde
un ideal de hombre ejemplar, sino desde una pauta de puerilidad. Ortega critica
que juzguemos a los niños desde nuestras categorías de adultos, suponiendo que
están sumergidos en el mismo medio vital que nosotros. El niño tiene su propio
medio vital de intereses, no utilitarios, que han de ser desarrollados y,
precisamente de ese desarrollo dependen, con frecuencia, las direcciones
vitales más ricas de la vida de adulto. Así “el canto del poeta y la palabra
del sabio, la ambición del político y el gesto del guerrero son siempre ecos
adultos de un incorregible niño prisionero”. Los objetos que para el niño
vitalmente existen, que le ocupan y preocupan, que fijan su atención, que
disparan sus afanes, sus pasiones y sus movimientos, no son los objetos reales
cualesquiera, sino los deseables, que pueden ser reales o no, pero que al niño
le interesan en cuanto deseables; por eso le atraen los cuentos, las leyendas
en las que purifica los aspectos de la realidad para convertirla en un paisaje
según sus deseos.
La innovación pedagógica de Rousseau, Pestalozzi,
Fröbel es que frente a la prioridad concedida al saber, o al maestro, la
prioridad tiene que estar en el alumno, y en el “alumno medio”. El principio
que tiene que regular la enseñanza universitaria, nos dice, es el “principio de
economía”. Si la pedagogía, y las actividades docentes, se han constituido en
una ocupación, en una profesión, tan requerida, a partir del siglo XVIII, ha
sido gracias al gran desarrollo alcanzado por la ciencia, la tecnología y la
cultura. Actualmente el hombre tiene, para vivir con firmeza y desahogo, que
aprender muchísimas cosas y, a la vez, tiene una capacidad individual limitadísima
para aprender. La pedagogía, la acción docente, surgen por la necesidad de
seleccionar lo que es básico en el aprendizaje, y de facilitar tal aprendizaje.
Hay que partir del estudiante, de sus posibilidades de saber y de lo que él
necesita para vivir. Hay que partir del estudiante medio y darle sólo el cuerpo
de enseñanzas que se le puedan exigir con absoluto rigor; en otros términos,
enseñarle lo que se requiera para vivir a la altura de su tiempo, y que esos
contenidos pueda aprenderlos con holgura y plenitud. De acuerdo con lo
anterior, Ortega establece los siguientes lemas: “La universidad consiste,
primero y por lo pronto, en la enseñanza que debe recibir el hombre medio; hay
que hacer del hombre medio, ante todo, un hombre culto, situarlo a la altura de
los tiempos...; hay que hacer del hombre medio un buen profesional...; no se ve
razón ninguna densa para que el hombre medio necesite ni deba ser un hombre
científico”. El lema en el que Ortega centra su exposición es que la
universidad debe enseñar cultura. Entiende por cultura el sistema de ideas
vivas que cada época posee: “Esas que llamo ideas vivas o de que se vive son,
ni más ni menos, el repertorio de nuestras efectivas convicciones sobre lo que
es el mundo y son los prójimos, sobre la jerarquía de los valores que tienen
las cosas y las acciones: cuáles son estimables, cuáles son menos”. El hombre,
cada hombre, no puede vivir sin reaccionar ante su entorno o mundo, forjándose
una interpretación intelectual de él y de su posible conducta en él. Esta
interpretación es el repertorio de convicciones o ideas, sobre el universo y
sobre sí mismo, que tiene que enseñar la universidad.
El análisis del pensamiento pedagógico de Ortega
patentiza dos motivaciones básicas: la primera, que condiciona y da sentido a
su obra entera, es la transformación de la realidad sociocultural española. La
llamada “cuestión española” atraerá constantemente su atención y generará en él
iniciativas de todo tipo: Liga de Educación Política, Agrupación al Servicio de
la República, ininterrumpida intervención en los asuntos públicos mediante
conferencias y artículos de prensa, actividad parlamentaria como diputado, etc.
La segunda, en conexión con la anterior, es que Ortega considera su vocación
ser el reformista, el moldeador de la nueva sociedad y del nuevo hombre
español. Como se considera, y en mi opinión justificadamente, un filósofo, su
vocación la realiza fundamentalmente en la aportación de ideas impulsoras de
tal transformación. Su influjo educativo se desparrama en múltiples direcciones.
En el ámbito académico es la personalidad más influyente de la filosofía
española de su tiempo. En torno a él, bajo la influencia de su filosofía y
personalidad, se constituye la llamada “Escuela de Madrid”. Manuel García
Morente, Xavier Zubiri y José Gaos son con Ortega los titulares de las cátedras
de filosofía de la Universidad madrileña. Cualquier conocedor de la cultura
española sabe la importancia de esos nombres. Si a ellos añadimos los de Luis
Recaséns, María Zambrano, Joaquín Xirau y Julián Marías, que por uno u otro
motivo están en relación con la Escuela, estaremos de acuerdo en que el
pensamiento de Ortega, considerado por todos como el maestro indiscutible,
ocupa una posición privilegiada en la filosofía española del siglo XX. El
influjo de Ortega no se circunscribe a los profesores y alumnos -en una época
de esplendor de la filosofía: la denominada “Escuela de Madrid”- que le
tuvieron por maestro; su influjo se extendió a otras personas relevantes de la
filosofía y la cultura española de la postguerra como José Luis Aranguren y
Pedro Laín Entralgo, entre otros, por lo que puede decirse que su filosofía
pertenece a la tradición cultural de nuestro país…
En relación con los programas de reforma educativa
orientados a desarrollar la pedagogía como disciplina científica, hay que
destacar a otro discípulo de Ortega, al que antes hemos hecho mención, Joaquín
Xirau que trabajó en Cataluña. Una discípula, María de Maeztu, sigue los pasos
del maestro en Marburgo y estudia Pedagogía Social con Natorp. Viajó por toda
Europa para conocer “las escuelas nuevas”, lo que luego le serviría para
desarrollar en España un proyecto de reforma de los métodos de enseñanza. En el
contexto extrauniversitario, Ortega realiza lo que ha llamado Luzuriaga
múltiples “fundaciones”, buscando claramente influir, con nuevas ideas, en la
sociedad española. Entre tales fundaciones destaca la Revista de Occidente que
puede considerarse la culminación de un proceso durante el que los ensayos y
los fracasos han sido una constante. Sus experiencias anteriores, en las
actividades culturales y políticas, le hacen concebir la Revista de Occidente
como una plataforma de lanzamiento para la transformación cultural de España.
Parece ser que fundó esta revista y la editorial del mismo nombre para formar
lectores que tuvieran la perspectiva cultural que él tenía, y en definitiva,
para crear una atmósfera cultural en la que él mismo pudiera ser leído y
discutido. Por último, quisiera poner de relieve el influjo educativo que
Ortega tuvo en los países llamados del Cono Sur de Sudamérica (Argentina, Chile
y Uruguay), donde encuentra una comunidad de valores y sentires compartidos y
donde su influencia se intensificará gracias a la radicación de varios miembros
de la “Escuela de Madrid”, exiliados a causa de la guerra civil española. Es,
sin embargo, en Puerto Rico donde se percibe una mayor influencia. En su
universidad se llevan a la práctica algunos de los planteamientos desarrollados
en la obra que hemos comentado, Misión de la universidad, y muchos de los
escritos de Ortega han sido allí utilizados como textos de estudio.
(Ver texto completo)
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